viernes, 29 de marzo de 2013

La educación estética del hombre

de FRIEDRICH SCHILLER

Si la competencia fundamental de la Estética (uno de los dominios en los que teoría, experiencia y práctica se anudan más sólidamente) es la de-liberación de lo fenoménico como predeterminación de lo cognitivo, sus problemas siguen siendo los mismos ahora que hace trescientos años. Sorprende encontrar en este clásico de la ilustración idealista alemana las mismas inquietudes que pueblan todavía la escena artística contemporánea: la promesa siempre viva de la emancipación personal propiciada por una nueva forma de cuntemplar el mundo e insertarse en él.






 
“Para resolver en la experiencia el problema político, es preciso tomar el camino de lo estético, porque a la libertad se llega por la belleza”
Friedrich Schiller. La educación estética del hombre



Para los aficionados a la filosofía contemporánea (y en mayor medida los lectores de los díscolos franceses sesentayochescos) los ideales de la modernidad jacobina representan algo así como "el enemigo": si el pensamiento más glamouroso de hoy en día parece constreñido a oscilar entre la genealogía nietzscheana y la heideggeriana (ambos filtrados por Spinoza), el corpus teórico asociado a la revolución francesa es blanco de todo tipo de cuestionamientos conceptuales, severas críticas morales y virulentos juicios políticos. Quizás de un modo un tanto frívolo, nos hemos acostumbrado a culpar indirectamente a Kant de pesadillas como Auschwitz: todavía recuerdo una magnífica conferencia de Teresa Oñate, argumentada y convincente, que trazaba un hilo de indireta causalidad entre el pensamiento de Aristóteles y la deriva bélica del hombre contemporáneo. ¿El idealismo alemán, la soberbia implícita en el humanismo positivista, son verdaderamente parte del eje del mal?


La lectura de este magnífico "La educación estética del hombre" quizás sorprenda a los fundamentalistas del materialismo posmoderno. Se trata de la recopilación de una serie de cartas escritas por Friedrich Schiller (junto a Goethe, el gran totem del romanticismo alemán: suyo es por ejemplo Guillermo Tell) publicadas por primera vez en torno a 1795, un tiempo singularmente significativo, cuyo espíritu recorre las páginas del libro de principio a fín: se trata quizás del más canónico tratado de estética kantiana, especialmente importante por haber sido escrito en el Año Cero de la revolución burguesa. El libro exuda urgencia revolucionaria, la necesidad imperiosa de construir un nuevo ideario moral (estético, político y vivencial) para el hombre nuevo que había de emerger de las cenizas del antiguo régimen. No es, entonces, un texto gratuíto o caprichoso, pues su autor se enfrenta a la exigencia ineludible de refundar la estética para los tiempos nuevos, viviendo ese desafío como si de un problema de supervivencia se tratase. Sus páginas transmiten de un modo muy intenso esa imperiosa necesidad contrareloj de establecer una nueva lógica para el arte, de refundarlo, y en ese sentido es muy fácil que el lector pueda establecer una gran empatía con Schiller: los problemas a los que se enfrentaba él, no distan demasiado de los que inquietan al artista o el pensador de hoy en día. Esta peculiaridad hace de su lectura algo muy contemporáneo y cercano, disfrutable más como el mensaje en una botella que nos enviase alguien que ha vivido anteriormente lo mismo que nosotros hoy en día: se lee como un manual para la acción, todavía útil e inspirador, mucho más allá de la mera curiosidad bibliográfica o historiográfica. Con todos los peros que queramos encontrarle, sus páginas viven, respiran, hablan de los temas que aún hoy desafían a la cultura contemporánea.

El libro comienza renqueante, pero recomiendo al lector que no se deje intimidar por su retórica pomposa y excesivamente solemne: sus contínuas exégesis trascendentalistas sobre Estado, Espíritu y Libertad parecen retrotraer a ese idealismo totalitario y mesiánico del que hablaba al principio (o como se dice con sorna en los foros de hoy en día, hombrenuevismo ciudadánico), de indisimulado elitismo y timbre acartonado. Pero a medida que avanzan las cartas y uno va comprendiendo el rigor y astucia con el que maneja los conceptos, de entre las brumas de la oratoria anacrónica de Schiller se empieza a perfilar la silueta potentísima de un Sistema Filosófico a la vieja usanza, argumentado con pasión, profundo y bello, donde todo encaja y encaja el todo. No puedo valorar hasta qué punto el tremendo vigor de este sistema es atribuíble a Kant, pues no conozco en profundidad los matices de su estética, pero en cualquier caso se trata de un sistema sorprendentemente incisivo que consigue articular en perfecta sinfonía la metafísica, una preciosa conceptualización de la libertad, la política y el arte, que como en el caso de muchos pensadores actuales, es elevado a lo más alto de entre los haceres humanos.
El sistema filosófico de Schiller se mantiene muy sólido (y más sensato de lo que sus críticos nos habían asegurado), e independientemente de lo disconformes que podamos sentirnos con él, merece todo el respeto y la atención. Lo que viene a afirmar es una concepción aún vigente de la acción artística: se trataría de una especie de campo de investigación mental en la zona fronteriza de los cognoscible, una apertura al mundo en cuyo seno la razón y la sensación juegan su particular diálogo, y en última instancia la posibilidad misma de la libertad humana. El arte es para Schiller la vanguardia de la aprehensión del mundo, y el espacio donde se construye lo real: hasta aquí, todo encajaría incluso con la estética que Ranciere deduce de Deleuze, aunque formulado desde un humanismo quizás ya obsoleto que en el caso de los franceses ha sido desplazado por un post-humanismo cercano a la etología. Probablemente algo que hemos aprendido desde los tiempos de Schiller es a recelar del espíritu humano; la confianza en los hombres para guiar su destino y construir armónicamente sus sociedades envejece un libro que por lo demás resulta sorprendentemente fresco. Quién sabe si algún día la estima en que los hombres se tienen a sí mismos volverá a ser tan alta como en el XVIII posrevolucionario: en el siglo XXI el ser humano parece no perdonarse a sí mismo sus inacabables fracasos, y ha decidido darse a sí mismo por imposible. Quizás después de tiempos tan convulsos como estos volvamos a recuperar la confianza en nuestra condición humana, asintiendo con Schiller en la importancia de la educación estética del hombre como única posibilidad de su libertad.

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