GERNOT BÖHME Y EL ESTUDIO DE LAS ATMÓSFERAS EN ARQUITECTURA
La
estética contemporánea insiste en alejarse del modelo kantiano que la vio
nacer, y el éxito intelectual de Jacques
Rancière ha redituado en el epicentro de los debates el sentido originario
del término griego aisthesis. Si
durante los dos últimos siglos el estudio de lo estético tomaba como eje la Crítica del Juicio
y su articulación de percepción, placer y raciocinio como ejercicio de
contemplación valorativa, los más interesantes pensadores contemporáneos del
ramo amplifican los afluentes que convergen en la experiencia estética hasta
encontrar en ella las determinaciones más profundas de nuestra cognición: aesthetics
is the new politics. El problema de la belleza, nuclear al pensamiento
romántico, pierde urgencia frente a los asuntos que presiden la tratadística
contemporánea, mucho más escorada hacia la dimensión política del campo de lo
fenoménico: el phenomenological turn que
tantos ríos de tinta ha hecho fluir en las viejas cátedras europeas apenas
tiene en cuenta las categorías propuestas por Husserl, buscando más bien un nuevo instrumental crítico capaz de
operar como contrapoder al Capitalismo
Cognitivo y postulándose a menudo como tangente al campo de la Noopolítica.
La
fenomenología no ha sido más que una nota a pie de página en la tradición
intelectual arquitectónica surgida del Movimiento Moderno, que sigilosamente
daba por válida una conceptualiación del objeto más emparentable con los
rigurosos formalismos de la Gestalt. La
lírica filo-heideggeriana de Gaston
Bachelar y su Poética
del Espacio supuso un meritorio conato por repensar el espacio
vivencial en términos experienciales, pero su estela apenas sería continuada
por Christian Norberg-Schulz o más
recientemente Juhani Pallasmaa: en
ambos casos las veleidades existencialistas de regusto casi ecuménico y cierta
fascinación antropológica por la mística de lo telúrico, lo vernacular y lo
esencial cauterizaban una línea de pensamiento que, como se ha demostrado
posteriormente, deparará importantes hallazgos cuando se escora hacia temáticas
más mundanas (y, si me lo permiten, menos engoladas). El trabajo teórico de Steven Holl, afín también a la
tradición fenomenológica, flaquea por su fidelidad al que será precisamente el
gran objeto de controversia de la estética contemporánea: el ego trascendental.
Uno de
los filósofos más fértiles que he encontrado para el encuadre de categorías
sistemáticas incorporables al giro fenomenológico en arquitectura es el alemán Gernot Böhme, célebre por sus
inspiradoras meditaciones sobre la
Atmósfera, concepto que situará en el corazón de la
experiencia estética y que le permitirá sortear la problemática escisión
radical entre sujeto y objeto propia del viejo kantianismo. Su programa
intelectual es esbozado en el paper “Atmosphere as the fundamental concept
of a new aesthetics”, que busca amplificar el concepto de Aura descrito
por Walter Benjamin haciendo de él
un fenómeno no exclusivo a la experiencia artística, sino al apercibimiento en
general: lo aurático es la correspondencia entre el cuerpo del observador y las
reminiscencias irradiadas por el objeto observado, la permeabilidad que los
coarta mutuamente y los realiza como función de su respectividad. Pero el matiz
más interesante introducido por Böhme frente a otros fenomenólogos será la
búsqueda de una hipotética “localizabilidad”
de las atmósferas: mientras pensadores anteriores, partiendo del análisis de la
recepción del fenómeno, la localizaban o bien en el alma del espectador (siendo
entonces una especie de connotación subjetiva con la que quien observa inviste
de emoción el medio neutro en que se encuentra) o bien en ninguna parte, siendo entonces la atmósfera una sustancia etérea
que llenaría el vacío entre los objetos, sosteniéndolos y dándoles sentido. Para
Böhme en cambio lo atmosférico se
localiza en la síntesis entre la realidad de lo observado y la del observador,
de acuerdo a una puntillosa concepción ontológica de la objetualidad: una perspectiva que abrirá la posibilidad de
indexar los patrones morfológicos y materiales de la experiencia atmosférica,
si bien dialógicamente y en necesario correlato con el reparto de lo sensible
normativo a la cultura en que se efectúen. El filósofo recurre a menudo en sus
trabajos a la imagen de la constelación de objetos como
metáfora de su idea de la atmósfera como resultado de una articulación
sintética, cuyos matices no puedo valorar al no haber leído más que algunos de
sus textos. Tras estudiar los papers que circulan en Internet no me queda claro
si para él lo atmosférico es un epifenómeno o propiedad
emergente que resulta de la puesta en paralelo de objetualidades y especialidades
diversas, o si se trata más bien de una especie de sustancia inmediata de lo
percibido antes de su discriminación en objetos. En cualquier caso, traduciendo
su discurso a categorías lacanianas, uno diría que “la atmósfera” podría ser la
sustancia ontológica de lo real
(¿puede que también incluso del unheimlich
freudiano?). Probablemente subrepresentacional, las atmósferas participan de la
experiencia como un padecimiento,
más difuso que los procesos cartesianos del reconocimiento y la intelección, lo
simbólico o lo imaginario lacanianos.
Ahora
bien, articular una narrativa universalizante de lo atmosférico se intuye una
tarea probablemente condenada al fracaso, cuando no innecesaria: si, de acuerdo
a Rancière, la aisthesis es
indiscernible del reparto político de lo sensible, una naturalización de las
condiciones materiales de la atmósfera continuaría la tradición del dogmatismo
moderno y su inquina en ahormar la experiencia particular mediante el calzador inflexible
de lo universal. Sin embargo, afirmar lo
atmosférico como la materia por antonomasia de la arquitectura constituye
una estupenda estrategia intelectual para animar el pensamiento de los que
creemos que la arquitectura y el urbanismo pueden deshacerse de la ya estéril
cultura del proyecto.
Casi todos los tanteos en esa
dirección optan por corrientes de pensamiento en mayor o menor medida
subsidiarias de las filosofías procesuales, tan cuestionables como las
ontologías orientadas al objeto a las que tan férreamente se oponen. Desactivar
la escisión entre filosofías del objeto
y filosofías del proceso puede ser
abordada mediante el recurso a la atmósfera, como catalizador (y decantación)
de la experiencia plena del cuerpo en el espacio, y sus modos de mediación de
una “realidad” en reconstrucción perpetua, pero cuya ideación no puede obviar
la fuerza implacable de la memoria, que se efectúa experimentalmente no sólo en
el recuerdo, sino más sutilmente en la
reminiscencia. El propio Böhme dará
pistas sobre esta posible hoja de ruta en dos de sus mejores trabajos: en “On Beauty” propone una singular
refiguración de la idea de lo bello, que disloca el presupuesto platónico del
placer estético como deseo canibalístico de posesión, y plantea en su lugar una
definición de la belleza como mediación de presencia y distancia. Y
especialmente en “Contribution to the
critique of the aesthetic economy”, donde reformula la figura del “stage
value”, que situará en el centro de su Economía Estética como categoría
paralela a viejos conceptos como el valor
de uso o el valor de cambio: en
este punto comprendemos que cuestionar la investidura aurática de los objetos y
los espacios es crucial para el descifrado de las mecánicas de seducción y
persuasión del capitalismo cognitivo, que promulga una evaporación del fundamento
utilitarista de los apetitos imantando los deseos hacia el nivel de la
sugestión estética pura... si es que
existe tal cosa. Seguiremos auscultando esta línea de investigación.
Algunos enlaces sobre el trabajo
de Böhme y/o la arquitectura de lo atmosférico:
Paper que utiliza la categoría de atmósfera en relación a varias obras de arquitectura contemporánea
Excelente nota. Me encanta. ¿Hay más?
ResponderEliminarTodo lo que esté ligado a la fenomenología de la percepción, del espacio, atmósferas, Merleau-ponty, Husserl, etc. me fascina. Saludos