viernes, 20 de septiembre de 2013

fenomenología del espacio #1



GERNOT BÖHME Y EL ESTUDIO DE LAS ATMÓSFERAS EN ARQUITECTURA

La estética contemporánea insiste en alejarse del modelo kantiano que la vio nacer, y el éxito intelectual de Jacques Rancière ha redituado en el epicentro de los debates el sentido originario del término griego aisthesis. Si durante los dos últimos siglos el estudio de lo estético tomaba como eje la Crítica del Juicio y su articulación de percepción, placer y raciocinio como ejercicio de contemplación valorativa, los más interesantes pensadores contemporáneos del ramo amplifican los afluentes que convergen en la experiencia estética hasta encontrar en ella las determinaciones más profundas de nuestra cognición: aesthetics is the new politics. El problema de la belleza, nuclear al pensamiento romántico, pierde urgencia frente a los asuntos que presiden la tratadística contemporánea, mucho más escorada hacia la dimensión política del campo de lo fenoménico: el phenomenological turn que tantos ríos de tinta ha hecho fluir en las viejas cátedras europeas apenas tiene en cuenta las categorías propuestas por Husserl, buscando más bien un nuevo instrumental crítico capaz de operar como contrapoder al Capitalismo Cognitivo y postulándose a menudo como tangente al campo de la Noopolítica.


La fenomenología no ha sido más que una nota a pie de página en la tradición intelectual arquitectónica surgida del Movimiento Moderno, que sigilosamente daba por válida una conceptualiación del objeto más emparentable con los rigurosos formalismos de la Gestalt. La lírica filo-heideggeriana de Gaston Bachelar y su Poética del Espacio supuso un meritorio conato por repensar el espacio vivencial en términos experienciales, pero su estela apenas sería continuada por Christian Norberg-Schulz o más recientemente Juhani Pallasmaa: en ambos casos las veleidades existencialistas de regusto casi ecuménico y cierta fascinación antropológica por la mística de lo telúrico, lo vernacular y lo esencial cauterizaban una línea de pensamiento que, como se ha demostrado posteriormente, deparará importantes hallazgos cuando se escora hacia temáticas más mundanas (y, si me lo permiten, menos engoladas). El trabajo teórico de Steven Holl, afín también a la tradición fenomenológica, flaquea por su fidelidad al que será precisamente el gran objeto de controversia de la estética contemporánea: el ego trascendental.
Uno de los filósofos más fértiles que he encontrado para el encuadre de categorías sistemáticas incorporables al giro fenomenológico en arquitectura es el alemán Gernot Böhme, célebre por sus inspiradoras meditaciones sobre la Atmósfera, concepto que situará en el corazón de la experiencia estética y que le permitirá sortear la problemática escisión radical entre sujeto y objeto propia del viejo kantianismo. Su programa intelectual es esbozado en el paper “Atmosphere as the fundamental concept of a new aesthetics”, que busca amplificar el concepto de Aura descrito por Walter Benjamin haciendo de él un fenómeno no exclusivo a la experiencia artística, sino al apercibimiento en general: lo aurático es la correspondencia entre el cuerpo del observador y las reminiscencias irradiadas por el objeto observado, la permeabilidad que los coarta mutuamente y los realiza como función de su respectividad. Pero el matiz más interesante introducido por Böhme frente a otros fenomenólogos será la búsqueda de una hipotética “localizabilidad” de las atmósferas: mientras pensadores anteriores, partiendo del análisis de la recepción del fenómeno, la localizaban o bien en el alma del espectador (siendo entonces una especie de connotación subjetiva con la que quien observa inviste de emoción el medio neutro en que se encuentra) o bien en ninguna parte, siendo entonces la atmósfera una sustancia etérea que llenaría el vacío entre los objetos, sosteniéndolos y dándoles sentido. Para Böhme en cambio lo atmosférico se localiza en la síntesis entre la realidad de lo observado y la del observador, de acuerdo a una puntillosa concepción ontológica de la objetualidad:  una perspectiva que abrirá la posibilidad de indexar los patrones morfológicos y materiales de la experiencia atmosférica, si bien dialógicamente y en necesario correlato con el reparto de lo sensible normativo a la cultura en que se efectúen. El filósofo recurre a menudo en sus trabajos a la imagen de la constelación de objetos como metáfora de su idea de la atmósfera como resultado de una articulación sintética, cuyos matices no puedo valorar al no haber leído más que algunos de sus textos. Tras estudiar los papers que circulan en Internet no me queda claro si para él lo atmosférico es un epifenómeno o propiedad emergente que resulta de la puesta en paralelo de objetualidades y especialidades diversas, o si se trata más bien de una especie de sustancia inmediata de lo percibido antes de su discriminación en objetos. En cualquier caso, traduciendo su discurso a categorías lacanianas, uno diría que “la atmósfera” podría ser la sustancia ontológica de lo real (¿puede que también incluso del unheimlich freudiano?). Probablemente subrepresentacional, las atmósferas participan de la experiencia como un padecimiento, más difuso que los procesos cartesianos del reconocimiento y la intelección, lo simbólico o lo imaginario lacanianos.
Ahora bien, articular una narrativa universalizante de lo atmosférico se intuye una tarea probablemente condenada al fracaso, cuando no innecesaria: si, de acuerdo a Rancière, la aisthesis es indiscernible del reparto político de lo sensible, una naturalización de las condiciones materiales de la atmósfera continuaría la tradición del dogmatismo moderno y su inquina en ahormar la experiencia particular mediante el calzador inflexible de lo universal. Sin embargo, afirmar lo atmosférico como la materia por antonomasia de la arquitectura constituye una estupenda estrategia intelectual para animar el pensamiento de los que creemos que la arquitectura y el urbanismo pueden deshacerse de la ya estéril cultura del proyecto.


Casi todos los tanteos en esa dirección optan por corrientes de pensamiento en mayor o menor medida subsidiarias de las filosofías procesuales, tan cuestionables como las ontologías orientadas al objeto a las que tan férreamente se oponen. Desactivar la escisión entre filosofías del objeto y filosofías del proceso puede ser abordada mediante el recurso a la atmósfera, como catalizador (y decantación) de la experiencia plena del cuerpo en el espacio, y sus modos de mediación de una “realidad” en reconstrucción perpetua, pero cuya ideación no puede obviar la fuerza implacable de la memoria, que se efectúa experimentalmente no sólo en el recuerdo, sino más sutilmente en la reminiscencia.  El propio Böhme dará pistas sobre esta posible hoja de ruta en dos de sus mejores trabajos: en “On Beauty” propone una singular refiguración de la idea de lo bello, que disloca el presupuesto platónico del placer estético como deseo canibalístico de posesión, y plantea en su lugar una definición de la belleza como mediación de presencia y distancia. Y especialmente en “Contribution to the critique of the aesthetic economy”, donde reformula la figura  del “stage value”, que situará en el centro de su Economía Estética como categoría paralela a viejos conceptos como el valor de uso o el valor de cambio: en este punto comprendemos que cuestionar la investidura aurática de los objetos y los espacios es crucial para el descifrado de las mecánicas de seducción y persuasión del capitalismo cognitivo, que promulga una evaporación del fundamento utilitarista de los apetitos imantando los deseos hacia el nivel de la sugestión estética pura...  si es que existe tal cosa. Seguiremos auscultando esta línea de investigación.


 Algunos enlaces sobre el trabajo de Böhme y/o la arquitectura de lo atmosférico:










1 comentarios:

  1. Excelente nota. Me encanta. ¿Hay más?
    Todo lo que esté ligado a la fenomenología de la percepción, del espacio, atmósferas, Merleau-ponty, Husserl, etc. me fascina. Saludos

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