El fútbol español sigue siendo
una de las grandes burbujas por estallar, aunque se trata de un negocio
descomunal en lo económico, lo social y lo cultural con un respaldo popular tan
apasionado, honesto y profundo que si se produjese alguna quiebra importante se
desencadenaría una revuelta popular que dejaría en escaramuza la toma de la Bastilla. Pese a la ferviente
religiosidad con la que los fans disfrutamos y sufrimos este deporte, las
élites que lo manejan siguen comportándose con las mismas maneras que el
empresariado castizo-castuzo previo a la caída de Lehman: los presidentes y sus
múltiples asesores suelen ser oscuros hombres de negocios, extremadamente horteras
en lo personal, aficionados a las corruptelas políticas y financieras,
clasistas, opacos, chanchulleros y de escasas luces. Saben que tienen entre
manos la gallina de los huevos de oro y han sido capaces de convertir las ligas
y la Champions
en gigantescos espectáculos internacionales gracias a las más modernas
estrategias de marketing global. Todo lo que huela a fútbol pone a las máquinas
registradoras a bombear billetes y echar humo.
De hecho, es probable que el
ínclito Florentino (patricio mayor
de los camándulas que mueven los hilos en el mundillo) sea el auténtico
inventor del fútbol moderno como super-espectáculo para las masas planetarias:
él ideó el modelo de negocio explotado ahora por el resto de grandes equipos,
basado no tanto en la venta de entradas como en la comercialización de camisetas,
merchandising y la “marca Real Madrid” como brand a la altura
de Disney o Nike: el logo es plusvalor. Fue capaz de conquistar los golosos mercados árabe y chino,
en su estela numerosos millonarios rusos y saudíes empezaron a meter
petrodólares en equipos por entonces decadentes, e hizo del mercado televisivo
internacional la merienda de negros que conocemos actualmente. No me extraería
incluso que fuese él quién está detrás de Roja
Directa (¡bendita seas, Roja Directa!).
Sin embargo, como en tantas otras
disciplinas, los alemanes se nos están subiendo a las barbas: su liga se está
poniendo realmente interesante, el modelo teutón de gestión es inmune a las
aluminosis financieras de las ligas PIIG, sus equipos se meriendan en Champions
a los grandes de Europa… y tienen el
estadio más espectacular del mundo, que es además uno de los edificios más
icónicos de este siglo. Desde finales de los 90, ante el auge de la
globalización, muchas ciudades empezaron un proceso de renovación de sus
estadios para ponerlos al día de acuerdo a las nuevas condiciones de marketing
deportivo y urbano en el competido ruedo global de tele-shows. Si la Arena típica del siglo XX
solía ser un edificio de hormigón y acero de estética ingenieril y muy pocas
dotaciones complementarias, la era de las retransmisiones televisivas
planetarias exige reconvertirlos en fastuosos gizmos que luzcan impresionantes en las pantallas de plasma, y con
una presencia suficientemente icónica como para ser identificables en
milisegundos.
Y en ese proceso de aggiornamento
de las infrastructuras deportivas, creo que nadie se ha acercado ni por asomo
al trabajo de Herzog & De Meuron,
a los que se puede impugnar por sensacionalistas, superficiales, divos y
formalistas, pero que en los dos grandes estadios que han proyectado la década
pasada han dado en el clavo con sobresaliente: el famoso “Nido”
de Pekín y sus edificios adyacentes tienen una pegada estética inigualable,
pero es realmente en el Allianz
de Munich donde han revolucionado completamente la vieja tipología europea del
estadio urbano. Si buscáis por ahí las charlas en las que explican el proyecto,
os daréis cuenta hasta qué punto fueron hábiles comprendiendo el programa de
funciones que tenían encima de la mesa. Su impresionante estadio no sólo es un
icono global de primera categoría, sino que ha sido muy pensado desde la
fisicidad de la experiencia del público, trabajando la sección para generar la
sensación de “bombonera” litúrgica que dota a los grandes partidos de su aura
de religiosidad y conmemoración ritual. Un dato importantísimo es que estas Arenas
de última generación distan mucho de consistir en meros campos de césped
rodeados de gradas: para aprovechar todo su potencial crematístico se incluyen
museos, centros comerciales, lounges y salas VIP, spas, gimnasios,
restaurantes, hoteles, y hasta cines, para convertirlos en enésimos “condensadores
sociales” del capitalismo que amplía la experiencia del fan con una
variada oferta de placeres consumibles. Condensadores sociales que funcionan
como parques temáticos de la leyenda de cada equipo. Sobre estas cosas he hablado con mucho detalle en el texto "Mutations on Monumentality" que encontraréis enlazado en la columna de la derecha. Como curiosidad dejo este
interesantísimo documental sobre la construcción del Allianz, muy teatrero pero
con información muy curiosa:
Bueno, el caso es que ya se ha
resuelto el concurso para el nuevo
Bernabeu, que como no podía ser de otra manera sigue el paradigma
implantado por el Allianz: presencia muy icónica, amplísima oferta de ocio de
todo tipo e infinidad de reminiscencias operativas con los Circos romanos. A la
final habían llegado cuatro candidaturas (el enlace más detallado que he
encontrado para conocerlas es este)
pero no tenemos demasiada información gráfica que nos permita valorarlas. Por
curriculum yo hubiese optado de calle por la propuesta de Herzog & De
Meuron y Moneo (que además era la que ofrecía un mayo aforo para asistentes
físicos: supongo que éstos empiezan a ser un mercado periférico frente al
televisivo) pero, a tenor de la querencia por los chanchullos tan acostumbrada
entre los mandamases del fútbol, es probable que el vencedor no haya sido elegido
únicamente por criterios de “calidad” sino por la infinidad de intereses que se
cruzan cada vez que empresarios, grandes constructoras y banqueros toman este
tipo de decisiones. En principio y en un primer vistazo, el ganador no está mal
del todo pero tal vez es un poco aburrido formalmente (excepto por el simpatiquísimo
detalle de incluir el escudo y nombre del equipo en la cubierta, para ser
reconocible por las cámaras aéreas) aunque habrá que esperar a ver cómo luce la
piel una vez esté en funcionamiento: esperemos que está a la altura de un
equipo que se exige a sí mismo ser siempre el mejor del mundo. Para ello requiere imperiosamente que su fortaleza sea el hiper-estadio definitivo.
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