viernes, 29 de marzo de 2013

Nele Azevedo

MINIMUM MONUMENT, anonimato y fugacidad










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El proyecto es una lectura crítica del monumento en la ciudad cintemporánea. En una acción de pocos minutos, los cánones oficiales del monumento son invertidos: en lugar del héroe, el anónimo; en lugar de la solidez de la piedra, el proceso efímero del hielo; en lugar de la escala monumental, la escala mínima de los cuerpos perecederos.
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Minimum Monument de Nele Azevedo



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La poética del hielo como metáfora del paso del tiempo continúa manteniendo su frescura pese a la proliferación de diseñadores que utilizan ese recurso con fines más orientados a la fruslería trendy que a un auténtico programa artístico: muestras del lujo excéntrico y caprichoso como los famosos Xtracold de Amsterdam (un bar construído a base de hielo en la capital holandesa) o el delirante Chill Out Café (también de hielo pero esta vez... ¡en la tórrida Dubai!) muestran hasta qué punto se puede degradar el potencial simbólico y vivencial del hielo, que en manos más ingeniosas se presta a sutiles dialécticas entre fluctuación y estatismo, entre instante y proceso, y en definitiva, entre presencia y representación.

Una de los más interesantes piezas de este subgénero es la instalación de la artista brasileña Nele Azevedo Minimum Momentum, constituída a base de pequeñas y lacónicas figuras de hielo dispuestas estratégicamente en el centro histórico y monumental de ciudades como
Braunschweig o Florencia. La prensa del ramo ha visto en la instalación una alegoría del cambio climático, pero en mi opinión su interés trasciende en mucho ese ecologismo simplón que reduce el arte a la redacción de consignas icónicas. Tampoco son especialmente estimulantes las lecturas que abordan la pieza como una reiterativa metáfora del existencialismo deprimente que tanto seduce a los que no han leído a Sartre (y mucho menos a Heidegger), obviando la diferencia entre la escultura y el relato (la primera se caracteriza por la presencia) y, en el fondo, recreándose en una sentimentalidad para la que el tiempo no es más que la mórbida e implacable guadaña que condena a las esencias a la desaparición.



Puesto que nuestra competencia es lo efímero, nuestra lectura quiere en cambio ser positiva, valorando lo que la instalación tiene de afirmación: la visualización en tiempo real de la transubstantación de la materia, como inteligente reflexión (la propia autora lo reconoce en la cita que abre el post, extraída de aquí) sobre un concepto tan aparentemente incompatible con lo transitorio como es el monumento. Si la monumentalidad clásica quiere ser la reificación del acontecimiento inscribiéndolo en un objeto permanente, lo que Azevedo propone es recuperar el sentido eventual de un acontecimiento que ya no es evocado ni simbolizado sino efectuado: tiempo monumentalizado. Las alegorías existencialistas o su vocación ecológica son aspectos menos interesantes de una pieza que embellece la performatividad del tiempo en sí, homenajeando la omnipotencia de un Cronos frente al que la materia no es más que una ilusión perspectiva.

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