Construir ciudad es, ante todo, un ejercicio de política, entendida como mediación de las potencias y conflictos inherentes a los agentes que participan en la producción de territorio, y reparto equitativo de los valores entre sus habitantes. Teddy Cruz, urbanista que investiga las aporías de la frontera entre California y Mexico, ofrece un interesantísima estrategia analítica y proyectual para una disciplina de cuyas sutilezas depende en gran medida el camino de salida a la presente crisis de lo social.
No sé hasta qué punto debamos sorprendernos de que las ideas más fértiles para salvar la social democracia europea no se estén produciendo en la esfera de la política institucionalizada y profesionalizada, sino desde activismos profesionales de otras disciplinas desde las que también se expresa lo social. Sirva de ejemplo el interesantísimo trabajo del arquitecto y urbanista Teddy Cruz, capaz de convertir sus labores en un fenomenal campo de agitación, experimentación y afirmación política de primerísimo orden. Es más: en mi opinión sus investigaciones y propuestas suponen la redacción más elocuente y holística del ideario de esa nueva izquierda que el mundo entero espera surja de las cenizas de los 15m y #Occupy. El discurso y la práctica de Cruz suponen una brillantísima articulación de los asuntos centrales a las reivindicaciones más urgentes del último milenio, y ¡¡por fin!! formuladas no sólo como crítica reactiva al capitalismo rampante, sino también como solidísima consolidación de un sistema alternativo plenamente afirmativo, propositivo. Escuchando la intachable conferencia que enlazo, uno no sabe si está ante un mero gestor del territorio, o más bien ante un antropólogo que para resolver el diseño de la urbanidad llega a estructurar toda una narrativa del “ser en sociedad” tan valiente como coherentemente desarrollada. Transmitiendo además una impagable sensación de frescura capaz de quitar las telarañas a los conceptos, estrategias y parámetros de la urbanística académica más ensimismada (esa que no supo leer la tremebunda burbuja inmobiliaria en metástasis por todo occidente, y cuyos primeros síntomas fueron detectables ya a escala Google Earth mientras la élite de la profesión se extasiaba sacando fotos a las tiendas de Prada).
Teddy Cruz supone un vendaval de ideas con las que sacudirnos, por una parte, el urbanismo snob y burgués, erudito y muy literario, que se produce en las universidades mejor perfumadas, y por otra las farragosas compungencias de “los realistas” europeos con su obsoleto bagaje de conceptos e instrumentos. Combinando la desvergüenza y animosidad de un Santiago Cirugeda, el botiquín de conceptos marymodernos de un Reinhold Martin, y la innegociable militancia marxista de un David Harvey, (y, si me lo permiten, con el orgullo de clase fronterizo de Beto Hernández), este gran analista e interesantísimo proyectista supone tal vez la más esperanzadora voz del urbanismo próximo, un ideólogo cuya carrera habrá que seguir con muchísima atención ante la posibilidad de que sea capaz de sobrepasar los callejones sin salida que, por las condiciones del tipo de trabajo que ha hecho hasta ahora, está condenado a encontrar pronto… y un poco por ahí van los tiros de las puntillosas preguntas críticas que le dedica el público al final de esta charla. Con todo lo “bonito” que suena su planteamiento en tantos sentidos, el horizonte de la tarea que se ha autoimpuesto (ni más ni menos que la redacción de las trazas de la ciudad post-neoliberal) exige que afronte una serie de cuestiones para las que todavía no sabemos si su sistema está bien armado.
Por partes. El propio
Cruz afirma que su trabajo apunta a y es pensado desde
lo hiper-local, centrándose modestamente en resolver los
problemas singulares de cada situación particular, y rechazando por
tanto la “universalidad” implícita en la idea de una nueva
Utopía Urbana generalizable o de la que podamos tomar ideas
instrumentales. Pero, paradójicamente, para analizar, valorar y
afrontar esas especificidades de lo concreto, se sirve de un
instrumental conceptual que es ya en sí mismo el diagrama de una
utopía: lo quiera Cruz o no, su análisis de la frontera entre San
Diego y Tijuana es un Manifiesto Urbanístico de hecho y de
derecho, pues como digo su método está plenamente fundado en
una innegable deontología política que le sirve de antesala a la
articulación de su “ciencia”… y un ideario que apunta
indisimuladamente al modelo Rizoma; un deleuzianismo antitético a
aquel que Zaera Polo y Zaha Hadid reivindicaban para sí, pero deudor
fidedigno de los manierismos éticos del opus D&G. De
hecho, nada como el urbanismo para entender las virtudes e
insuficiencias del ideario del 15m y alrededores, pues en la
resolución de ciertas cuestiones territoriales quedan vistas para
sentencia muchos de aquellos axiomas y slogans tan lindos que
hablaban de horizontalismo, autogestión, comunidades informales y
simpatía por los espontaneismos. Todo ello, por supuesto, en
red, en proceso, en común, en participativo, en
ensamblaje y en abierto. Hasta aquí todo fenomenal… el
problema es que mucha de esta nueva izquierda deleuziana y
foucaultiana está también fuertemente fundada en lo micro.
“From the neighbourhood to re-imagining the región”, uno de los postulados clave de su credo, encierra toda una concepción de cómo se articularía un Estado institucional según esta socialdemocracia liberal de nuevo cuño: como articulación “bottom>up” o integración de escalas en las que la XL es subsidiaria de la S, habilitando así una democracia directa capaz de salvar las singularidades de vecindario, en una propuesta muy potente y resolutiva de lo que podría ser un “estado<rizoma”. Hay que reconocer que las condiciones en las que trabaja Cruz, pese a tratar a grupos socialmente desfavorecidos, son en mucho sentido ideales para la aplicación de la artillería conceptual deleuzoguattariana: comunidades fronterizas, sin una identidad históricamente constituida, informales, muy dinámicas, mestizas, fluctuantes, y constituidas en cierto modo en una especie de “limbo” epaciotemporal muy permeable a constantes reterritorializaciones culturales, y exentas por tanto de muchas servidumbres del tipo de urbanidad habitual por ejemplo en lo que fuera el primer mundo. Unas condiciones que Cruz analiza magníficamente gracias a su estupendo criterio paramétrico (como digo, muy influido por las Sagradas Escrituras D&G), pero que le conducen a un postulado ético implícito muy comprometedor: su urbanismo (y el Estado que de él se deduce) prima la dispersión del Poder, impidiendo su concentración.
Su crítica al concepto
del “zoning”, argumentada muy convincentemente, peca de una letal
ingenuidad respecto a los procesos bottom>up: en la medida en que
para él lo esencial es la salvaguarda de lo plural, impide como
contrapartida la concentración de fuerzas productivas que ha
caracterizado a las sociedades industriales y pos-industriales. Si lo
regional es subsidiario de lo vecinal, su modelo político conduce
potencialmente a un nuevo feudalismo digital en el que el
Poder no se diluye (eso es imposible), sino que implosionará en una
constelación de comunidades minúsculas que habrán de hacerse
fuertes en la dispersión de sus agenciamientos económicos. Y he ahí
la paradoja sociopolítica del modelo rizomático: su devlauación
del principio “la unión hace la fuerza” conduce a
la perpetuación de la condición “Viral” de las comunidades con
las que trabaja, conforme a la cuestionable identificación
automática de “lo común” como efecto de
vecindad. Lo que pretende ser la consolidación de una identidad
plena para pueblos desarraigados, corre el riesgo de someterlos al
estancamiento por la atomización de sus fuerzas productivas. Y de
ese modo, el tipo de estructuración de territorio que propone Cruz
conduciría probablemente a aquella “nueva Edad Media” con
la que especulaba Umberto Eco en algún post antiguo. Lo cual puede
estar muy bien, o no tanto: un problema generalizable a todos los
idearios federalistas y horizontalistas, que frívolamente invocan
los ejemplos de Suiza o Islandia obviando las particularidades que
impiden generalizar sus casuísticas democráticas a sociedades y
naciones de otras escalas espaciotemporales. Si, con Marx, aceptamos que la constitución de lo social (en simultaneidad a la constitución del sujeto) se formaliza irrigada por los vectores del movimiento económico, la especie de solidaridad comarcal que investiga Cruz lleva a una lógica cultural que anuncia, ante todo, una forma radicalmente nueva de vida.
La gran incógnita (no ya urbanística sino sociopolítica) del modelo de Teddy Cruz es prever hacia dónde conduce su nueva concepción del zoning: a escala vecinal queda demostrado que su metodología funciona magníficamente, pero mucho me temo que ignora las consecuencias de la “integración” regional que sugiere para articular el racimo de comunidades. El tejido rizomático, por más que teóricamente apunte al mantenimiento de lo plural, tal vez conduzca más bien a una homogeneidad suave pero grave, pues como digo impide la concentración de poder, lo cual es una idea-fuerza de consecuencias muy severas que por ahora no ha sido capaz de estudiar sistemáticamente. Su urbanismo es impensable fuera del marco de una economía alter-mundialista de kilómetro cero, sin la cual, como digo, lo único que se promueve es la perpetuación del “nomadismo” de dichas comunidades al impedir la concentración de sus potencias en un organismo univocal que multiplique la suma de las partes. Vuelvo a recomendar prudencia ante las estrategias “moleculares” de los herederos de Foucault, que en su paranoia contra el poder desactivan la potencia política de “la unión hace la fuerza” y corren el peligro de promover, contra pronóstico, el estancamiento socioeconómico y cultural de comunidades constreñidas a los lazos de proximidad espacial.
Insisto: el subtexto al
ideario de Cruz impone un concepto de “sociedad” construida
sobre el principio de vecindad… lo cual funciona muy bien a
ciertos niveles, pero plantea como digo el problema de la integración
en fuerzas de orden superior en el marco de una civilización
¿irremediablemente? globalizada. El “regreso a lo local”
no puede favorecerse únicamente desde el urbanismo si no se acompaña
de un programa económico adecuado y cuya viabilidad no sé si es la
óptima dadas las condiciones trans-territoriales de la cadena de
producción-consumo de hoy en día. De ahí que afirmásemos que a
Cruz le subyace una utopía: el “rebobinado de la
globalización” que invocan muchos economistas liberales
(de los auténticamente liberales), que nos conduciría a una
forma de vida completamente diferente a la actual, y que en el
dominio estricto de lo urbano se cimenta en esa poderosa
reformulación del “zoning” en racimo intensivo, de
consecuencias sociales importantísimas que debemos sopesar con
cautela. El propio Cruz, sabedor de que su proyecto está
condenado a crecer (es demasiado potente e interesante como para
estancarse en el modesto ámbito sobre el que trabaja ahora), intuye
que con el cambio de escala necesario (de lo vecinal a lo regional)
sobrevendrán desafíos que por ahora están sin resolver. Máxime
si, como digo, el suelo de todo su ideario es implícitamente una
nueva formalización del Estado, de la que se deduce la increíble
potencia de su propuesta.
Mis críticas son fruto únicamente de la prudencia, porque insisto en que Teddy Cruz me parece de largo el urbanista más interesante de lo que hay ahora mismo por ahí, y también el más lúcido “diseñador de mundos” de los que orbitan en los márgenes de #Occupy: su ética profesional lo sitúa en una genealogía no muy distante a la de visionarios demiúrgicos como Buckminster Fuller o los Constructivistas. Por ello hay que seguir con muchísima atención la progresión de su trabajo, pues quizás estemos ante una de las más ilusionantes vías de refiguración del paisaje social inminente. Por más que él se esfuerce en repetir que sus ambiciones no tienen semejante alcance, su peculiarísima metodología analítica y propositiva es en sí la antesala de cierta utopía urbana que, además, funciona magníficamente en el plano estético: su despreocupación por la congruencia orgánica del proyecto y su investigación de estéticas fragmentarias de ensamblajes residuales es una línea compositiva tan sugerente como atractiva, capaz de poner en jaque la perezosa y aburrida lógica formal de los proyectos habituales en la prensa del ramo. Un personaje muy potente cuya carrera hay que seguir con lupa, pues la sustancia de sus investigaciones son la inmanencia de muchas ideas que muchos debatimos en foros estrictamente especulativos. Bravo, señor Cruz!
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