Compartimos aquí algunas reflexiones sobre un posible replantemiento de la correspondencia entre economía y energía, en busca de parámetros trasversales a ambas disciplinas, en aras a evaluar las potencias y límites del escenario sociopolítico y urbanístico al que nos enfrentamos: escasez creciente de recursos, desmantelamiento de los estados / nación tal y como lo conocemos, tensiones financieras alrededor de la cesta de monedas fiat, y nuevas e imprevisibles subjetividades colectivas que habrán de figurar el marco teórico y práctico desde el que ejercer ¿nuevas? formas de vida.
Sadi
Carnot, uno de los pioneros en el estudio de la termodinámica, y de
cuyas ideas parten los recientes estudios de la economía como caso
particular de las leyes que rigen los movimientos de energía.
Confirmación inequívoca del
zeitgeist anímico anunciado por la posmodernidad, el mundo globalizado asiste
atónito a signos de todo tipo que parecen anunciar su colapso, en un proceso
seguramente indiscernible pero probablemente imparable que nadie ha sido capaz
de explicar a ciencia cierta y con firmeza infalsable. Tal y como postulaban los ideólogos de la
epocalidad líquida, los “Grandes Relatos” han perdido su legitimidad comoarticulaciones omímodas de lo real, y en su ausencia nos vemos abocados a la
desconcertante implosión de la “verdad” (antes unívoca) en una multiplicidad de
narrativas, de tal manera que cada consecuencia remite ahora a mil causas. Y
sin embargo, quizás ansiosamente y con nostalgia por el confort de las
certezas, seguimos buscando la razón de las cosas que pasan, añorando aquel
mundo que creíamos gobernado por lógicas accesibles y representables en códigos
de abscisas y ordenadas.
La actual “crisis”, hidra de
múltiples cabezas que desborda repetidamente a todos los que pretenden desactivarla, ha
propiciado infinidad de explicaciones diferentes con sus respectivas etiologías, cada una de las
cuales establece sus propias causas, culpabilidades y concomitancias en el
origen de lo que está pasando. Hay quien propone que todo se debe a la
desregulación del sistema financiero y la manga ancha legislativa ante la
avaricia de sus timoneles (el bancaculpismo de trazo grueso). Otros aseguran
que es el paroxismo de la sociedad de consumo y su vacío ético el que ha
conducido a esta amarga desembocadura, siendo entonces la civilización en su conjunto
la responsable de las penurias que vivimos. Muchos hablan de connivencias
maquiavélicas entre política representativa y corporatocracia, especulando con
la existencia de opacos consorcios internacionales (NWO, Bilderberg ysimilares) afanados en la consecución de sus propios intereses, cobrándose el
peaje de la demolición controlada de la clase media. Hay quien reduce las
responsabilidades a la esfera de los paises PIIG y su irresponsabilidad en la
gestión de su finanzas, frente a la templanza y racionalidad de los Paises del
Norte y su eficaz apuesta por la productividad y la frugalidad…. Hay infinidad
de relatos para a “Crisis” (algunos de los cuales incluso rechazan el uso de dicha
palabra) pero cada uno de ellos lleva implícitas ciertas connotaciones ideológicas, embebidas en
controversias de clase y de valores, que dan lugar a un archipiélago de versiones incompletas e incomposibles:
cada explicación de la crisis es a su manera verdad, pero también
inevitablemente mentira. Una explicación definitiva debería parecerse a la resultante
de la suma de todas las explicaciones parciales... y ello resulta especialmente
desconcertante, al ser muchas de esta narrativas contradictorias entre sí, cuando no
mutuamente excluyentes.
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El trabajo de la politóloga Chantal Mouffe parte de la tradición socialdemócrata como fundamento de la búsqueda de nuevas instituciones políticas capaces de abordar las relaciones entre colectivos desde una lógica trasversal a la oposición entre lo local y lo global. Su proyecto intelectual ilustra la urgencia del mundo contemporáneo por encontrar fórmulas de nuevo cuño que reformulen la correspondencia entre lo uno y lo múltiple para el mundo resultante de la globalización
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Para algunos, lo que está sucediendo se deba a una azarosa confluencia de factores: los eventos que se iniciaron en 2007 serían resultado de la convergencia de una serie de parámetros demasiado virulenta como para poder haber sido prevista científicamente, y que más allá de las veleidades retóricas que nos damos a nosotros mismos para explicarla, en el fondo no serían más que efecto de la cultura de la contingencia que, de nuevo, remite a la metafísica de la posmodernidad. Si uno de los grandes desafíos de la globalización es encontrar una articulación óptima de lo local y lo global para el actual organigrama geopolítico, el correlato intelectual a dicha búsqueda sería superar la inconsistencia entre lo uno y lo múltiple. ¿Debemos continuar buscando una única explicación para los problemas político económicos, o la historia ha entrado en un nuevo estadio metadialéctico en el que relatos antitéticos han de ser aceptados como veraces simultáneamente?
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El
aceleracionismo propuesto por Nick Land y aquí evaluado por Ray
Brassier acepta la inevitabilidad de la esquizofrenia del capital y
propone su aceleración radical como única resolución posible para los
males que ha causado. De raíz post-humanista, su provocadora propuesta
acepta la contingencia como consustancial a lo real, y plantea una
evasión paradógica consistente en llevar la lógica del capitalismo todo
lo lejos que seamos capaces, hasta alcanzar el momento de su plenitud y
por tanto su colapso.
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En cualquier caso, y más allá de
la doxa ideológica, los datos empíricos, los números, son irrefutables
independientemente de la interpretación que queramos hacer de ellos. Analizar
sistemáticamente y con la mayor imparcialidad posible la naturaleza de los
eventos en curso exige abordar el problema desde parámetros medibles y
contrastables, aceptando con los materialistas que lo sustancial es aquello que
se mantiene invariable en cual séase la perspectiva que tomemos. Desde esa confianza quizás obsoleta en la fiabililidad de lo cuantificable, evaluaremos la posibilidad de dar cuenta de la situación económica actual y las inercias de su futuro desde la consideración de
una variable tan sólidamente infalsable como es el consumo de energía,
estrategia que nos servirá para repensar desde sus cimientos ciertos consensos
incuestionados sobre la naturaleza y el funcionamiento de la economía y el modo en que ha sido históricamente concebida como rama de las ciencias humanas.
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Eric Zenecy y otros abanderados de la disciplina trasversal conocida como "economía biofísica" sitúan la energía como el agente fundamental de los procesos económicos, más allá de la voluntad humana
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Lo económico, más allá de lo monetario
Uno de los lugares comunes con
los que el profano justifica su desconocimiento de la economía es la creencia
de que se trata de un campo extremadamente complejo y laberíntico, sujeto a
demasiadas variables como para ser comprensible por el no profesional, y por
tanto impermeable a quien quiera entender sus sutilezas sin una dedicación
plena y exhaustiva. Esa supuesta dificultad de lo económico es sin embargo
completamente falaz, resultante de la retórica de la que se sirven los
profesionales del ramo para mantener el monopolio de su gestión y cuidado,
haciendo buena aquella vieja idea de la antropología de que las ciencias
arcanas utilizan siempre un lenguaje opaco e incomprensible para ocultar lo que
en realidad es demasiado sencillo. Y respecto al tema que nos ocupa, uno de los
equívocos más habituales es la confusión entre lo monetario y lo económico, la
metonimia de considerar el todo por la parte. El dinero, que a menudo
consideramos el objeto por excelencia de la economía, no es más que uno agentes de los parámetros que convergen en ella, un significante
neutro que obstaculiza la compresión de los significados profundos que le
subyacen y dan sentido: lo monetario no es más que la cara superficial de la
economía, un paisaje de cimas y valles incomprensible sin analizar los
movimientos tectónicos que los impulsan desde el subsuelo. Siguiendo con esta
metáfora, podemos definir de manera general la economía como la geología del
valor. Sus terremotos serían desde esta perspectiva, como veremos, efectos de fricciones entre deseos.
Con criterio general, podemos
considerar que lo económico no constituye un dominio autoconsistente, sino que
se trata de un tipo de relaciones entre fenómenos de cualquier campo sometido a
diferenciales de intensidad. Pongamos un ejemplo: si juntamos agua fría y agua
caliente, se producirá un trasvase de calor desde los puntos más calientes a
los menos calientes. Esa fluctuación de intensidad es un fenómeno económico,
aunque en este caso sin mediación humana de ningún tipo, y deducible de las
leyes de la termodinámica. Y es que, del mismo modo que la filosofía
contemporánea recela cada vez con más firmeza a diluir lo humano en la
naturaleza, ciertas escuelas económicas actuales evitan la consideración de
atribuciones específicamente humanas en los movimientos económicos, siendo
éstos en última instancia consecuencia de fuerzas (energías) embebidas en la
materia, en una perspectiva emparentable con las ontologías orientadas al
objeto y los materialismos más radicales. Esta noción “ampliada” de la economía
como proceso inherente a la naturaleza y no sólo a la acción humana es la base
metodológica de la que se sirven los investigadores de la “Termoeconomía” o “Economía biofísica”,
corriente que aborda los asuntos económicos sirviéndose de parámetros tomados
de la termodinámica, la ecología, las teorías de sistemas complejos o las
estructuras disipativas, generalmente asociados a la biología. Esta postura nos
lleva a considerar que lo económico es un tipo de consistencia sin la cual no
puede darse un ecosistema, al ser la base de los intercambios que lo dotan de
dinamismo: con ello anulamos la diferencia entre eco-logía (economía natural) y
eco-nomía (economía humana), habilitando un dominio interdisciplinar desde el
que estudiar las condiciones universales para cualquier forma de sostenibilidad
y reparto eficiente de recursos.
“Economics is the study of how people transform
nature to meet their needs”
“Economics is the study of allocation of scarse
resourses among competing ends”
Escasez y crecimiento infinito
Pero sin profundizar por ahora en
las consecuencias de este punto de vista, cabe recordar que incluso ls teorías
neoclásicas, marginalistas, keynesianas o de matriz austríaca más
convencionales aceptan que sólo puede hablarse de fenómenos económicos cuando
se produzca algún tipo de escasez de un mismo recurso utilizable para diferentes
fines, y no necesariamente la métrica de las variables intensivas que oscilan
en una transacción (como podría deducirse desde una perspectiva clásica). Un
ejemplo de ello consistirí en considerar como económica la gestión de las horas del día: el
tiempo del que disponemos en una jornada es limitado y podemos dedicarlo a
diferentes fines, pero en ningún caso aumentar la cantidad de tiempo
disponible. El valor de cada instante dependerá de su posición relativa a los
demás instantes y a la distribución de valor que consideremos para cada uno de
ellos. Este postulado viene a ser equivalente al principio de conservación de
la energía, fundamental en la dinámica de cualquier sistema complejo (como es
el caso de los eco-nómicos y los eco-lógicos): la cantidad total de energía en cualquier sistema físico aislado (sin
interacción con ningún otro sistema) permanece invariable con el tiempo, aunque
dicha energía puede transformarse en otra forma de energía.
Sin embargo, la realidad del
sistema económico monetarista que utiliza nuestra civilización lleva
incorporada al corazón de su estructura misma la presuposición de que “la
economía crece”, principio que regirá las relaciones de todos los agentes
económicos que convergen en ella. Tomando buena nota del contrasentido de
esperar el crecimiento infinito en un planeta de recursos limitados, numerosos
ideólogos anticapitalistas aseguran que el sistema está condenado a colapsar
debido al límite físico de su potencia de desarrollo, ese agotamiento de los
recursos que ya se intuye en el horizonte de todas las gráficas de materias
primas, pero que en realidad y contraintuitivamente no suponen una amenaza para
la estructura financiera del capitalismo, pues el “Crecimiento infinito” que
ésta exige no es el de los bienes o los servicios, sino únicamente el de la
masa monetaria.
Si aceptamos la definición de
la economía como termodinámica de los recursos finitos en principio podemos
considerarla como una ciencia positiva, una disciplina de la inmanencia cuyo
objetos son substancias reales y tangibles, y no meras figuras numéricas. El
eje de la metodología materialista de Marx era su férrea investigación de las
condiciones materiales estructurantes de cualquier civilización, buscando en
todo caso el resultado físico y objetivo de los
movimientos económicos (basándose en su concepción de la infrastructura como anterior a
cualquier determinación ideológica). La ciencia marxista empezaba en la
exhaustiva revisión de las relaciones de poder originada por la sutil perversidad
que sería la plusvalía (el concepto nuclear a su sistema analítico), pero
probablemente el mismo Marx se haya quedado corto en su evaluación de los
peligros del dinero, el significante mediante el que se expresa el lenguaje
financiero, y a cuyas características podemos culpar de muchos de los
desequilibrios económicos que están aflorando a día de hoy. Existen infinitas controversias
sobre el acierto o no de la abolición del patrón oro (el sistema basado en la
convertibilidad de todo billete en una cantidad estipulada de dicho metal),
pero en cualquier caso la “desmaterialización del dinero” y su reducción a unafigura fiduciaria (su valor sólo es justificable como acto de confianza, de fe)
ha sido imparable desde 1971.
A día de hoy el dinero es un índice numérico que se crea
y destruye a discreción, sin ningún tipo de correspondencia necesaria con la
materia real o convertibilidad alguna, habiendo por ello llegado a la situación
actual en el que la economía real está completamente secuestrada y maniatada
por los conciliábulos financieros, y en el que la competencia fundamental de
todo estado es la política monetaria de su correspondiente banco central.
La sofisticación de un concepto
tan sencillo y a la vez poliédrico y versátil como es el Dinero contemporáneo
se debe a su naturaleza puramente trascendental, habiéndose convertido en un
espejismo fantasmático, en un índice numérico abstracto cuyo valor puede ser
modulado a voluntad por aquellos que controlan su emisión y proliferación: los
bancos centrales. La lógica monetaria contemporánea se sustenta en el
intervencionismo directo e indirecto sobre el precio de la divisas mediante la
alteración táctica de los tipos de interés a los que ésta está sujeta, dando
lugar a una inestabilidad estructural del valor de las mercancías que ha
terminado por convertir el ruedo financiero en una suerte de casino: el
“mercado”, el plano de consistencia de la economía al que ya Adam Smith
otorgaba la capacidad de autoproveerse de equilibrio homeostático (la célebre
“mano invisible del mercado”) se ha transformado más bien en una casa de
apuestas, pues el principio de correspondencia equilibrante entre oferta y
demanda deja de funcionar cuando la indexación monetaria de las transacciones
es manipulada verticalmente por agentes exógenos.De esta tergiversación de las leyes termodinámicas se deducen las concentraciones de dinero y de valor típicas de los desequilibrios capitalistas, circunstancia que ha sido criticada fundamentalmente desde dos escuelas ideológicas : la socialista y la liberal, que abogan respectivamente por un pleno control estatal sobre el mercado, o la absoluta supresión de intromisiones políticas de ningún tipo.En todo caso, cada tradición económica lleva aparejada necesariamente una determinada estructura de organización política que la habilite, y en ningún caso es capaz de analizar los flujos económicos independientemente de un marco social y legal concreto. Probablemente este paradigma de "economía política" deba dejar paso a una "economía ecológica", sistematizada no como función de la voluntad humana, sino de los diversos agenciamientos materiales que convergen en los mercados. Ese es al menos el horizonte de a economía biofísica, que toma como punto de partida la situación actual en el que el límite de los flujos ya no está determinado por el deseo humano o su capacidad de producir y consumir, sino la disponibilidad de energía y materia física finitas.
La economía biofísica puede ser
referenciada a una escuela de pensamiento francesa del siglo XVIII llamada
Fisiocracia, que (si bien todavía muy precariamente) partía de la consideración
del mercado como un organismo autosuficiente y autorregulado, dotado por su naturaleza
de la capacidad del autoequilibrio y que por tanto debía quedar exenta de
cualquier control estatal o gubernamental que pudiese desequilibrar su balance
automático. Esta idea orgánica de la economía ha sido infinitamente
tergiversada por los poderes políticos durante los do últimos siglos, que se
han apropiado del principio del laisse faire desvirtuando su fundamento inicial
y convirtiéndolo en una excusa para que las grandes concentracione de capital
puedan moverse libremente en el mercado sin cortapisas para seguir aumentando
su capacidad de dominio del sistema. Lo que los fisiócratas dieciochescos no
supieron prever fue que hay un umbral a partir del cual la concentración de
capital contraviene la tendencia homeostática del mercado, y lo que en un
principio era un sistema que por sí mismo equilibraba sus diferenciales, pasa a
convertirse en una estructura jerárquica que sólo responde a las
determinaciones de unos pocos.
Sin embargo, la confianza en la economía orgánica ha sobrevivido en el
mundo intelectual de la mano de las diferentes escuelas liberales, un
archipiélago de ideologías cuyo nexo en común es su rechazo a cualquier
intervencionismo patológico del estado o los bancos centrales sobre el
funcionamiento de los mercados. Esta postura es generalmente asociada a
pensamientos conservadores y capitalistas, pero sin embargo ha dado pie también
a numerosas teorías progresistas y antisistema como el mutualismo, el
anarco-capitalismo o diferentes ramas de la Escuela Austríaca.
Mientras muchos consideran que el problema de las finanzas actuales es la falta
de control estatal y a desregulación de las transacciones económicas más
riesgosas, la tradición liberal y ultraliberal denuncia exactamente lo
contrario: el problema sería para ellos el excesivo intervencionismo sobre los
mercados, habiendo propiciado en última instancia la connivencia entre política
y banca para constituir un bloque hermético y dictatorial que sólo responde a
sus propios intereses. Contrariamente a lo que se suele considerar desde el
socialismo clásico, el liberalismo radical es una utopía humanista y no la
tramoya intelectual que sirve de excusa a los poderosos para mantener su
dominio: en la literatura de Hayek o Von Mises se esboza un mundo en el que el
emprendedor puede llevar a cabo sus proyectos sin ataduras , resultando en una
estructura política en la que el pequeño empresario, dueño de su tiempo y su
capital, pasa a ser considerado el verdadero motor del ejercicio de lo
económico. El hecho de que dichas premisas hayan sido vampirizadas mayormente por ideologías conservadoras defensoras a ultranza de la propiedad privada no resta potencia crítica al liberalismo y su férrea oposición a la constitución de grandes bloques de poder que obstaculicen el libre circular de los flujos económicos.
Desde una perspectiva termodinámica, el planteamiento liberal parece más eficaz en la gestión de los recursos que el socialista: de lo que se trata es de suprimir obstáculo a la circulación de energía de tal manera que la consistencia del sistema no se vea comprometida... pero a costa de considerar que dicha energía se materializa en alguna forma de moneda. La universalidad del dinero (que admite su conversión a prácticamente cualquier objeto o actividad humana) basa su eficacia en el modo en que las distribuciones de masa monetaria son radicalmente paralelas a la distribución de valor, siendo ese esquema de consistencia el único que garantiza tanto la correcta indexación monetaria de un terminado bien o servicio (en función de su mayor o menor disponibilidad o escasez como función de una demanda) como la potencial circulación de las mercancías entre los ciudadanos que pueden requerirlas.
Sin embargo, seguramente la gran
errata en la propuesta intelectual de los liberales sea su deficiente teoría
del valor. En la literatura económica clásica habitualmente se concibe el valor
como un factor estrictamente financiero, y por tanto medible en términos de
capital invertido, demanda agregada o mano de obra utilizada. Sin embargo,
consideramos que el fenómeno del “valor” trasciende lo estrictamente económico,
al ser deducible de los deseos (o más precisamente, de los apetitos). Ciertos
marxismos proponen que el orden infrastructural de una civilización es en
cualquier caso y en toda medida resultado indirecto de las condiciones
infrastructurales (es decir, el deseo sería un epifenómeno resultante de
relaciones económicas que lo preceden). El sistema capitalista se impuso no
sólo por su capacidad para aumentar exponencialmente la producción de
consumibles, sino también por su éxito en la modulación de la subjetividad y el
deseo de los sujetos a los que están dirigidos. En última instancia, no puede
haber una ciencia positiva de la economía que descuente el papel de la ética, y
de ahí que la última mutación del capitalismo (orientada a los fenómenos de
persuasión y seducción) haya sido llamada “capitalismo cognitivo”.
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Si el dinero tuviese actualmente
algún tipo de convertibilidad directa con una instancia material fija (como en
su día fue el oro), la cantidad de dinero en circulación estaría limitada y por
tanto sería más fácil descifrar las circunstancias de la “economía real” que
dan lugar a las “Crisis financieras”. Sin embargo, al estar la masa monetaria
circulante manipulada por las emisiones e intereses de los bancos centrales y
al haberse impuesto un modelo financiero de dinero fiat sin respaldo físico
alguno, el descifrado de la información que nos proporciona la situación de los
mercados está completamente viciada y adulterada. La economía clásica
consideraba que el parámetro “precio” era resultado de la proporción de la
oferta y la demanda, pero tal y como se ha diseñado la emisión de moneda
contemporánea esta lectura ya no es posible: la emisión de bonos a largo plazo
que funcionan como “apuestas”, los mercados de futuros o de pólizas de quiebra
alteran el valor contable de las mercancías hasta el punto de que el precio de
un bien ha dejado de ser un índice de su escasez o disponibilidad: esta
situación financiera basada en instancias ficticias como son el crédito y el
interés ha propiciado la actual economía de las burbujas que nos asola, basadas
en la concentración ficticia de valor mediante complejos sistemas de inversión
especulativa.
Sin embargo, pese a que esta
economía ficticia pretende gobernar las evoluciones de la economía real (que,
como hemos visto, se basa en el principio de la escasez de los recursos), lo
cierto es que la escasez real de recursos termina inevitablemente por revertir
en el sector monetario, pues por muy manipulado que se pueda encontrar éste, el
peso de la realidad es mayor que el de los simulacros contables. Por ello, son
muchos los que afirman que la situación actual tiene mucho que ver con el
momento conocido como “peak oil”, es decir, el umbral a partir del cual la
energía neta obtenida de la extracción del petróleo empieza a decrecer. No se
trata de que necesariamente el petróleo se esté acabando, sino de que el
consumo de energía requerido para la obtención de cada nuevo barril empieza a
aumentar, y por tanto disminuye el rendimiento energético de las nuevas
extracciones, en un proceso que terminaría en el momento en el que la
extracción de un nuevo barril de petróleo requeriría el gasto de energía
equivalente a la que se obtiene de un barril.
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