La atmósfera generalizada en el arte, la ciencia y la filosofía de esta década está presidida por la sensación de interludio, como si lo urgente en estos momentos fuese resetear un paisaje ideológico en retirada (el de la sociedad de consumo) y allanar el terreno para el advenimiento de un nuevo régimen cultural que desconocemos todavía, pero cuya silueta ya podemos intuir. Tal vez ese futuro que todos esperamos no se presente como una catarsis explosiva, y su despertar sea continuo y silencioso, sin momentos cumbre ni efemérides, con la suavidad y discreción de un sfumato. Quién sabe si el fin del capitalismo no se dará con la criticidad de una metamorfosis de gusano a mariposa, sino con la serena firmeza de una semilla que crece cada día, imperceptiblemente, hasta que un día constatamos: ha crecido un árbol. En cualquier caso, todavía hay suelo que desbrozar y campos que regar. Nuestro tiempo está así presidido por la recreación de las narrativas, desapalancamiento de las rutinas sociales, y la reconfiguración de la mirada.
Como ya hemos comentado, una de
las más sabrosas encrucijadas tiene que ver con la objetualidad, cuestión que
encarna como pocas la concomitancia absoluta de lo político y lo estético:
mientras proliferan experiencias como el “Internet of things”
o la reutilización insólita de objetos cotidianos vía reciclaje, conviene reflexionar los atributos de la “coseidad” y sus implicaciones en los
afectos, el reconocimiento, la interactividad física, las reminiscencias, etc.
Desde los 90 la mayoría de las narrativas buscaban la desaparición del objeto
como red de potencias de interacción (cada cosa es la suma de las propiedades)
lo que condujo a una episteme desmemoriada y de frío pragmatismo, adecuada para
el sujeto nómada desasido de toda fijación espaciotemporal, y arrojado a un
mundo inestable de flujos y procesos.
Las fotografías de Petros
Chrisostomou ofrecen un sugerente abordaje de la objetualidad por la
vía del surrealismo: sus sofisticadas naturalezas muertas son en realidad
trampantojos en los que la fisicidad de la cosa se transubstancia con el
sencillo gesto de cambiar de escala su contexto. Lo que vemos en las imágenes
no son zapatos o botones gigantes, pues el tamaño distorsionado es el de las
habitaciones, que son en realidad maquetas. Con ese sencillo gesto consigue un
potente enrarecimiento de la identidad de cada objeto, que con la magnitud que
adquieren en sus fotos pasan a ser entidades amenazantes y fantamagóricas, que
fuerzan al ojo a mirar de otra manera. Una extraña desfiguración cuyo fin
parece ser poner en crisis la relación entre un objeto y su lugar, mediante la aberración del
marco habitual fondo-figura para que de su fricción aflore lo que media entre
ambos, su coproducción mutua. Todo ello mediante una nueva estética del shock
que prolifera gracias a medios como Pinterest, que se están convirtiendo en la
realización folk de la relación entre arte y vida que esbozaba “Sensation”,
la mítica exposición de Charles Saatchi a finales de los 90, cuya herencia se
está mostrando más fértil de lo que muchos previeron en su día.
(((Todas las imágenes propiedad de Petros Chrisostomou)))
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