Las décadas de desenfreno
consumista y su descalabro final han sumido a la cultura occidental en
sentimientos de culpa y vergüenza por la ostentación excesiva de aquellos años, recuperando la
idea de austeridad (e incluso la
pobreza) como el principal valor moral de la sociedad virtuosa que queremos
reconstruir. Y como era de esperar, este repentino revival ético ha propiciado
la proliferación de una nueva estética de lo
povera que en siglo XXI va inmediatamente asociada a lo vintage y el reciclaje. No son pocos los
arquitectos que husmean en las virtudes y potencias de las favelas, las
autoconstrucciones más precarias o incluso nuestro enxebre feismo, al mismo tiempo que la clase media se va mostrando cada vez
más tolerante con diseños que insinúan poco menos que indigencia.En
escaparates de ropa cara, vinotecas cool o interiorismo de loft reformado se
multiplican los muebles andrajosos, los acabados toscos y ajados, las
iluminaciones de atmósfera monacal y los materiales que exhiben las cicatrices
de sus usos anteriores. Una tendencia a menudo frívola (¿qué puede haber de sostenibilidad en pallets apilados en escaparates de Louis Vuitton?) pero expresiva y
sugerente, que posibilita una nueva reformulación de la posmodernidad por la
vía de las texturas, por lo sensual más que por la cita intelectualista.
En
este post enlazamos cinco proyectos que juegan en la liga del povera pop, o arquitectura lowbrow. interesantes en este
caso no tanto por la militancia ética que puedan ilustrar (o simular) sino por
su estricto interés como forma arquitectónica materializada, en la que la
realización del proyecto desborda lo que pudiera haberse previsto en su dibujo.
Todos ellos comparten un
corolario estético emparentable indirectamente con el favela chic de diseño,
pero que nos interesan por su bajo costo, facilidad de montaje, divertimentos
formales, y su sentido cálido y relajado de lo doméstico.
El lenguaje plástico de la
modernidad suele hacer un hincapié desmesurado en la composición gráfica de los
trazos, favoreciendo proyectos concebidos como un mecano de volúmenes, planos y
líneas claramente identificables que en el fondo se leen como una caligrafía gestaltiana.
Esa estética de aristas afiladas y masas neutras ha terminado por resultar
perezosa, auto indulgente y asfixiante, y aunque por aquí siga siendo la que se
lleva todos los premios y gallifantes institucionales, medio mundo ha declarado la guerra a la fachada blanca.
Esta preciosa casita de
Raffaello Rosselli en Sydney parte de una distribución espacial
convencional, de modernidad canónica, pero cuya integración en el entorno suburbano es animada mediante el enrarecimiento de su piel exterior, que se sirve de paneles de hojalata (reciclados de una
chabola preexistente) para disolver la planeidad y abstracción de lo que en manos de otro hubiese
sido un aburrido acabado uniforme. Las huellas del tiempo sobre los paneles hacen que sus
fachadas, como un juego de accidentes cromáticos, inspiren calidez y organicidad,
en un tranquilo juego entre lo emergente y lo preexistente. Un proyecto que en
manos de otros arquitectos hubiese dado lugar a un objeto de arte abstracto,
gana puntos gracias a lo que más bien puede considerarse impresionismo arquitectónico.
En este caso la austeridad no es
figurada por la vía de la reutilización de materiales, sino por el recurso a
piezas industriales más o menos baratas
en la estela de los primeros proyectos de Lacaron & Vassal. La casa se
distribuye como una secuenciación de espacios muy abiertos al exterior que se
beneficia de la amabilidad del clima local para favorecer la vida de puertas
afuera, sin histrionismos formales ni un diagrama formal sobresignificado: el
proyecto adquiere su calidez y frescura al estar salpimentado por detalles
coloristas que coquetean con la iconografía vernácula de la zona, como
contraventanas y puertas recicladas y coloreadas en tonos vivos, pavimentos
cerámicos con estampados de artesanía local, y un mobiliario más propio de cualquier
vetusta casa familiar campesina.
Me encanta esta vivienda por su
equilibrio entre la rudeza espartana de sus sistemas constructivos (más propios
de una nave industrial), y la humanidad y organicidad que le aporta tanto su
distribución espacial como su relajado recurso a elementos no historicistas,
pero sí memorísticos. Tenéis toda la información en la web de a21studio.
Los proyectos construidos a base de pallets y
contenedores de barco reciclados se cuentan por centenares, aunque todavía
nadie ha dado en clavo para hacer que su utilización sea tan habitual como
cualquier otro método constructivo: son materiales baratos y fáciles de
encontrar, pero presentan ciertas dificultades y limitaciones que hacen que casi
siempre sean usados en diseños cuya premisa es exhibir militancia ecológica,
más que estricta funcionalidad.
Uno de los proyectos que más me
gustan es la
oficina de Magnificient Revolution, del siempre solvente Carl Parker: en
esta ocasión las tablas de los pallets son aprovechadas como capa superficial
del cerramiento ecológico superpuesto al contenedor, al que para mayor cliché
se le ha incorporado una cubierta transitable. La gracia del proyecto es su
radical tosquedad material, una presencia brutalista o incluso agresiva que sin
embargo armoniza tranquilamente con la rudeza de su entorno urbano. Todo ello,
según cuentan los autores, por unas escuetísimas 7000 libras.
Poco que decir de un proyecto
como este, probablemente costeado por un promotor sin problemas de liquidez, y
en el que no hay restos de reciclaje de ningún tipo: lo que sí hay en cambio
son acabados industriales y bruttos que casi ningún cliente hubiese aceptado
hace 10 años. Con todo, una vivienda muy bonita que recupera en versión pobre cierto imaginario espacial del estilo internacional de los años 50.
Sólo los climas muy benevolentes
son susceptibles de dar cobijo a viviendas tan diáfanas y de acabados relajados
como las que proliferan en el sudeste asiático. En Vietnam o Camboya los
estudios jóvenes está proyectando casitas encantadoras que articulan lo clásico
local y lo contemporáneo global a través de composiciones alegres que coquetean
con cierto imaginario folk de lo doméstico: son intervenciones que irradian
relajación formal, espontaneísmo, cercanía y bienestar, algo así como diseño
sport o patchwork de objetos encontrados
y concatenados de acuerdo a organigramas que tienen mucho de lúdico. Ese
pequeño refugio de ASA es un coqueto ejemplo de esta tendencia al alza, en la
que lo hogareño como confortable no está reñido (como suele ser habitual) con
el rigor del trazo geométrico y el cuidado de los detalles.
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