lunes, 4 de noviembre de 2013

lowcost, lowtech, lowbrow

Povera Pop. Doméstico y distendido


Las décadas de desenfreno consumista y su descalabro final han sumido a la cultura occidental en sentimientos de culpa y vergüenza por la ostentación excesiva de aquellos años, recuperando la idea de austeridad (e incluso la pobreza) como el principal valor moral de la sociedad virtuosa que queremos reconstruir. Y como era de esperar, este repentino revival ético ha propiciado la proliferación de una nueva estética de lo povera que en siglo XXI va inmediatamente asociada a lo vintage y el reciclaje. No son pocos los arquitectos que husmean en las virtudes y potencias de las favelas, las autoconstrucciones más precarias o incluso nuestro enxebre feismo, al mismo tiempo que la clase media se va mostrando cada vez más tolerante con diseños que insinúan poco menos que indigencia.En escaparates de ropa cara, vinotecas cool o interiorismo de loft reformado se multiplican los muebles andrajosos, los acabados toscos y ajados, las iluminaciones de atmósfera monacal y los materiales que exhiben las cicatrices de sus usos anteriores. Una tendencia a menudo frívola (¿qué puede haber de sostenibilidad en pallets apilados en escaparates de Louis Vuitton?) pero expresiva y sugerente, que posibilita una nueva reformulación de la posmodernidad por la vía de las texturas, por lo sensual más que por la cita intelectualista. 
En este post enlazamos cinco proyectos que juegan en la liga del povera pop, o arquitectura lowbrow. interesantes en este caso no tanto por la militancia ética que puedan ilustrar (o simular) sino por su estricto interés como forma arquitectónica materializada, en la que la realización del proyecto desborda lo que pudiera haberse previsto en su dibujo.
Todos ellos comparten un corolario estético emparentable indirectamente con el favela chic de diseño, pero que nos interesan por su bajo costo, facilidad de montaje, divertimentos formales, y su sentido cálido y relajado de lo doméstico.
 

El lenguaje plástico de la modernidad suele hacer un hincapié desmesurado en la composición gráfica de los trazos, favoreciendo proyectos concebidos como un mecano de volúmenes, planos y líneas claramente identificables que en el fondo se leen como una caligrafía gestaltiana. Esa estética de aristas afiladas y masas neutras ha terminado por resultar perezosa, auto indulgente y asfixiante, y aunque por aquí siga siendo la que se lleva todos los premios y gallifantes institucionales, medio mundo ha declarado la guerra a la fachada blanca.

Esta preciosa casita de Raffaello Rosselli en Sydney parte de una distribución espacial convencional, de modernidad canónica, pero cuya integración en el entorno suburbano es animada mediante el enrarecimiento de su piel exterior, que se sirve de paneles de hojalata (reciclados de una chabola preexistente) para disolver la planeidad y abstracción de lo que en manos de otro hubiese sido un aburrido acabado uniforme. Las huellas del tiempo sobre los paneles hacen que sus fachadas, como un juego de accidentes cromáticos, inspiren calidez y organicidad, en un tranquilo juego entre lo emergente y lo preexistente. Un proyecto que en manos de otros arquitectos hubiese dado lugar a un objeto de arte abstracto, gana puntos gracias a lo que más bien puede considerarse impresionismo arquitectónico.


En este caso la austeridad no es figurada por la vía de la reutilización de materiales, sino por el recurso a piezas industriales  más o menos baratas en la estela de los primeros proyectos de Lacaron & Vassal. La casa se distribuye como una secuenciación de espacios muy abiertos al exterior que se beneficia de la amabilidad del clima local para favorecer la vida de puertas afuera, sin histrionismos formales ni un diagrama formal sobresignificado: el proyecto adquiere su calidez y frescura al estar salpimentado por detalles coloristas que coquetean con la iconografía vernácula de la zona, como contraventanas y puertas recicladas y coloreadas en tonos vivos, pavimentos cerámicos con estampados de artesanía local, y un mobiliario más propio de cualquier vetusta casa familiar campesina.

Me encanta esta vivienda por su equilibrio entre la rudeza espartana de sus sistemas constructivos (más propios de una nave industrial), y la humanidad y organicidad que le aporta tanto su distribución espacial como su relajado recurso a elementos no historicistas, pero sí memorísticos. Tenéis toda la información en la web de a21studio.


Los proyectos construidos a base de pallets y contenedores de barco reciclados se cuentan por centenares, aunque todavía nadie ha dado en clavo para hacer que su utilización sea tan habitual como cualquier otro método constructivo: son materiales baratos y fáciles de encontrar, pero presentan ciertas dificultades y limitaciones que hacen que casi siempre sean usados en diseños cuya premisa es exhibir militancia ecológica, más que estricta funcionalidad.
Uno de los proyectos que más me gustan es la oficina de Magnificient Revolution, del siempre solvente Carl Parker: en esta ocasión las tablas de los pallets son aprovechadas como capa superficial del cerramiento ecológico superpuesto al contenedor, al que para mayor cliché se le ha incorporado una cubierta transitable. La gracia del proyecto es su radical tosquedad material, una presencia brutalista o incluso agresiva que sin embargo armoniza tranquilamente con la rudeza de su entorno urbano. Todo ello, según cuentan los autores, por unas escuetísimas 7000 libras.


Poco que decir de un proyecto como este, probablemente costeado por un promotor sin problemas de liquidez, y en el que no hay restos de reciclaje de ningún tipo: lo que sí hay en cambio son acabados industriales y bruttos que casi ningún cliente hubiese aceptado hace 10 años. Con todo, una vivienda muy bonita que recupera en versión pobre cierto imaginario espacial del estilo internacional de los años 50.


Sólo los climas muy benevolentes son susceptibles de dar cobijo a viviendas tan diáfanas y de acabados relajados como las que proliferan en el sudeste asiático. En Vietnam o Camboya los estudios jóvenes está proyectando casitas encantadoras que articulan lo clásico local y lo contemporáneo global a través de composiciones alegres que coquetean con cierto imaginario folk de lo doméstico: son intervenciones que irradian relajación formal, espontaneísmo, cercanía y bienestar, algo así como diseño sport o patchwork de objetos encontrados y concatenados de acuerdo a organigramas que tienen mucho de lúdico. Ese pequeño refugio de ASA es un coqueto ejemplo de esta tendencia al alza, en la que lo hogareño como confortable no está reñido (como suele ser habitual) con el rigor del trazo geométrico y el cuidado de los detalles.

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