
Las ontologías de la process philosophy llevan décadas
proponiendo una conceptualización del
espacio alternativa a la de categoría apriorística, universal y homogénea heredada
de Kant. Einstein fue capaz de cuantificar la ductilidad del espacio tiempo,
describiéndolo matemáticamente como un tejido suave y plástico que se deforma
en presencia de los objetos que lo ocupan. Espacio plegable y desplegable,
irreductible a los ejes cartesianos de X, Y y Z, inconcebible como receptáculo
vacío, o como latencia neutra y estéril: los acontecimientos no se realizan en el espacio, sino que la
espacialidad es resultado del acontecimiento, de los cruzamientos y colisiones
(vínculos) que convergen en un mismo lugar.
La arquitectura contemporánea se
afana desesperadamente en la difícil tarea de materializar el umwelt del
ciudadano 2.0, ese cuyos símbolos y afectos mutan a la velocidad de un mundo en
el que incluso lo identitario es resultado de procesos interactivos. Pero ese
espacio post-cartesiano, dinámico e intensivo, hecho de modulaciones y
permutaciones virtuales, difícilmente
encajará en el frustrante estatismo de la edificación de acero y piedra, cuya
aparente quietud a duras penas puede hacer visible la duración, la
transitoriedad de toda forma, o ilustrar con claridad la potencia creadora que
se deduce de la comparecencia de los cuerpos. Sin embargo, las arquitecturas
efímeras y las performances están demostrando ser el campo de experimentación
perfecto para la realización del umwelt digital, Si fotografía y cine fueron los principales
campos de narración arquitectónica del siglo XX, quizás ahora el lenguaje más
fértil para ilustración de especialidades dinámicas sea la danza, como analogía
de una cultura en la que el aquí no es más que un actor secundario
del ahora. El problema de la Ville Radieuse fue olvidar que
un día habría un día después de sí
misma: decididamente tras Foucault
el genius loci no puede ser más que
el humo resultante de la hoguera de un zeitgeist.