
1.
Los viejunos recordaréis aquellos
entrañables monigotes que eran los Curris
(en inglés doozers) de la inolvidable
serie Fraggle Rock: era aquella
especie que convivía pacíficamente con los protagonistas, con discreción y sin
provocar conflictos, pues dedicaban todos sus esfuerzos a la edificación de
unas extrañas e inútiles construcciones transparentes con sabor a caramelo,
para deleite de los propios Fraggle, que las devoraban sin contemplación. Cada
día los Curris construían nuevos edificios, y cada día los Fraggle se los
comían como si fuesen frutas del bosque. En uno
de los más memorables episodios del serial de Jim Henson, Mokey (la Fraggle concienciada y ecologista: toda una Charo)
llega a la conclusión de que sus compañeros deben ser más respetuosos con el
trabajo de los Curris, cuyas esforzadas edificaciones son destruidas
egoístamente por la glotonería Fraggle. Tras una ardua tarea de adoctrinamiento
ético, Mokey finalmente consigue convencer a sus congéneres de que deben dejar
de consumir las construcciones Curri, por aquello del hermanamiento entre las
especies y el respeto a las formas de vida diferentes.
Lo paradoja de esta envenenada
metáfora viene a continuación: los Curris continúan levantando nuevas
estructuras mientras las antiguas ya no son devoradas, dándose la problemática
circunstancia de que se han quedado sin espacio para construir, y se ven
obligados a emigrar (con todo el dolor de su corazón) en busca de cuevas vacías
en las que sí puedan seguir haciendo aquello que les gusta, aquello que saben
hacer. Al término del episodio, los Fraggle deciden reanudar su costumbre de
comerse las dichosas estructuras, con lo cual queda restablecido el orden
anterior: en realidad, a los Curris les encantaba que los Fraggle devorasen las
construcciones, pues eso es lo que daba sentido a su trabajo.