viernes, 29 de marzo de 2013

Yuren Teruya


POESÍA EN BOLSA DE PAPEL








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El arte plantea las cuestiones fundamentales a propósito de la belleza en sentido holístico, porque es difícil de predecir lo que el público va a reconocer como válido. Un amigo mío dijo una vez que si logras hacer sonreír a alguien, se abre para usted y la comunicación comienza inevitablemente. Eso es lo que intento hacer. Baso mi decisión estética específica en mis instintos y en cuándo algo me emociona. Cuando la gente es atraída a mi trabajo y lo observan de cerca, comienzan a extraer mensajes. Cada vez que el arte está hecho de objetos de uso cotidiano del espectador aporta la experiencia en su esfera privada y en el uso de materia misma, lo van a ver desde una perspectiva renovada. Descubrir la metamorfosis de pequeños objetos familiares es un ejercicio psicológico, que permite convertir la rutina en momentos significativoss, haciéndonos más conscientes de las alteraciones infinitas en nuestro entorno.
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Yuren Teruya, Forests


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"Lo japonés" es, como concepto, un delirio occidental, una simplificación diagramática útil para categorizar (y de ese modo quizás comprender) la singularidad formal de la cultura de un país que nos es mayormente extraño, ajeno. Japón es otra cosa, un insólito pliegue en la globalización que allí ha adoptado maneras peculiares, dando lugar a un espacio cultural inquietante con manifestaciones aparentemente occidentalizadas, pero de las que a menudo emergen detalles desconcertantes y decididamente extranjeros que dan cuenta de hasta qué punto su pensamiento (y su poesía) nos resultan incomprensibles, pero ni mucho menos inaccesibles. El propio Roland Barthes daba cuenta de la inexcrutable peculiaridad del país del sol naciente en su clásico "El imperio de los signos", describiendo un paisaje urbano que a ojos de un burgués francés resultaba magmático y caótico, pero aromatizado por el singular encanto de indicativos detalles que sugiriesen la presencia subterránea de una cosmogonía hermosa y sabia, cuyos fundamentos abisales no podríamos acotar. Bajo la aparente inaneidad de unos signos que constantemente rinden pleitesía a su propio vacío, a su condición de asignificantes, fluye una estética de la superficie guiada por sus propias nociones de orden, caos, tiempo y materia, deudoras de la ¿metafísica? de un lugar donde dicha disciplina es sencillamente inpensable.



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¿Qué queremos decir con esto? Que desde nuestra férrea cosmovisión occidental el acercamiento al arte nipón no puede llevarse a cabo de otro modo que no sea la asunción de su inevitable condición exótica: la otredad se mide en distancias. Esa mirada desde el exotismo (en realidad universalizable a cualquier acto de intercambio semiótico) es una postura muy afín a la posmodernidad: no nos intimidemos por el eclipse de un sentido siempre elíptico, indeterminable, y disfrutemos de la sensación, ese nivel de la percepción en el que confluyen la ingenuidad, el capricho y la sensualidad del cuerpo que observa sin necesidad de enfrentarse a irresolubles decodificaciones simbólicas: en esta entrevista (origen de las citas de este post) Yuren Teruka, artista de origen japonés al que dedicamos esta entrada, advierte que su trabajo es más esteticista que ético. Sus delicadas y minuciosas instalaciones de la serie "Bosques"(en las que recrea pequeñas formas arbóreas en objetos cotidianos como libros, bolsas, cartones o cajas) son sutiles haikus formales en los que una naturaleza viral vivifica la materia muerta en un juego entre la reificación fetichista, el panteísmo, la ecosofía y el ikebana, el milenario arte floral japonés. Producidas con técnicas deudoras del bingata de Okinawa (plantillas con arabescos florales utilizadas sea para colorean ropa o para hacer inscripciones de cualquier tipo), sus piezas dan cuenta de una estrategia que el propio Teruka, afincado en Brooklyn, define como política, pero que sin duda trasciende la mera representación ideológica.



Tan esteticista como el espectador quiera considerar, su obra es quizás una redacción en el particular código estético japonés (ese característico minimalismo naturalista, fuertemente sacralizado) de muchos de los valores que en occidente consideramos fundamentales a la vanguardia cultural: el reciclaje, la ecología, la ciencia (cada vez más spinozista) y un pop cada vez más evocativo y fantasmático, donde la belleza surge de un extrañamiento de lo cotidiano hasta que aflore lo que siempre ha sido: la materia, perpetuamente floreciendo. Objetos de derribo condenados por la lógica capitalista a devenir rápidamente basura, son reformados y reformulados en delicadas figuraciones que presentan un tiempo que no es el de la destrucción de las esencias, sino el de su eterno producción y reproducción.


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