Hace unos días moría Lou Reed y estamos ya casi en vísperas
de Halloween, así que en el blog nos
vestimos de luto riguroso y encendemos nuestros
cirios más solemnes, en sintonía con
unos días tan lúgubres como estos en los que los mercaderes llenan sus
escaparates de chucherías falsamente terroríficas. El apelativo “Día de todos los Santos” resulta
demasiado eufemístico para una efeméride tan funesta como la dedicada a honrar
cadáveres, que en paralelo nos recuerda egoístamente a cada uno de nosotros la
certeza inequívoca de que vamos a morir.
La ocasión es perfecta para revisar la estupenda serie de películas sobre
Michael Myers (no perderse las de Rob
Zombie), salir de fiesta disfrazado de algo chungo, o hacer una queimada en
la finca, pero no pierdan ustedes de vista que se trata, como digo, de la sana
costumbre de recordar anualmente que la vida tiene un imperativo que se llama “defunción”. Muchos de los que viajan a
Mexico narran sorprendidos el hecho de que allí la muerte se vive con ánimo
distendido e incluso festivo, pero lo cierto es que el über-capitalismo
occidental se recrea también con mucho humor en el mundo de las mortajas, los
ataúdes y los íncubos de ultratumba: tenemos slashers descacharrantes en los que el interés se centra en la
inventiva del asesino de turno, morbosos programas sensacionalistas que hacen
prosa de los crímenes más sanguinarios, tribus urbanas empecinadas en quemar
iglesias en Noruega, y la clase media tenemos ahora en pleno auge este
Halloween anglosajón que se toma a chufla el día de difuntos, haciendo comedia
de aquello que a un Heidegger le
resultaba la más pavorosa cualidad del dasein (el hecho de que la palma, sí o
sí, y además lo sabe).
Si son ustedes arquitectos, probablemente
gusten de habitar espacios adecentados a la altura de sus conocimientos, y
hayan acondicionado su casa con los muebles más resultones de Ikea, se permitan
algún capricho de mileurista como un juego de copas diseñado por Aalto, o estén barajando la idea de
montar una huerta urbana en lo que
anteayer era un cochambroso patio de vecinos: contraviniendo el refrán, en casa de arquitecto, cuchillo de Alessi.
Pues bien, una de las cosas que no deberían descuidar como buenos profesionales
del diseño espacial, es dejar planeado dónde van a terminar sus huesos una vez
le visite la dama de negro: deben tener prevista una lápida para ustedes a la altura
de las circunstancias. Es más, ¿tienen ya reservado un buen hoyo para depositar
su cadáver? El campo de la arquitectura funeraria suele asociarse a exquisitos
cementerios de Miralles o César Portela, camposantos románticos
en el corazón de Europa, o incluso esas elegantes praderas norteamericanas
invadidas por un infinito manto de cruces en honor a los héroes de la WWII: todo muy icónico y bien
diseñado, cuando la cruda realidad es que la mayoría de nosotros terminaremos
enterrados en cementerios corrientes y molientes, lo que equivale a decir en
pasillos de hormigón atestados de nichos uniformes salpimentados con panteones luxury para las clases más pudientes:
suele haber algo de haute couture,
pero lo que prevalece es el pret-a-porter.
Los aficionados a la arquitectura pop pueden satisfacer sus inquietudes más
morbosas gracias a una entretenida web llamada Find a Grave, en la que
introduciendo un nombre de celebrity
ofrece fotografías del lugar donde yacen sus restos: una idea que puede parecer
tétrica e innecesaria, pero que no es ni más ni menos absurda que otras páginas
dedicadas a catalogar vertederos, informar sobre lugares de cruising o indexar los váteres más
cochambrosos del planeta. This is Internet!
Así que uniéndonos a la
conmemoración de los difuntos, hemos estado buscando las tumbas de algunos
arquitectos ya cadáver, porque a fin de cuentas el habitáculo de nuestro
descanso eterno dice mucho de nosotros. Sorprende lo escasamente reseñable de
todos ellos: mientras famosos como Jim
Morrison, Jimmy Hendrix o
nuestro Francisco Franco yacen en mausoleos
que celebran con pompa sus respectivas leyendas, las vedettes de la arquitectura acostumbran
a recurrir a nichos discretitos y sin gestos formales significativos, a
excepción de las tipografías utilizadas en las lápidas: por lo general sus
cadáveres se pudren en hoyos del montón, con más diseño gráfico que constructivo.
Lo cierto es que esto del diseño de tumbas se presta a hacer negocios ahora que
los arquitectos no tenemos donde caernos
muertos (¿pillan el doble sentido?) y ahí hay un potencial nicho de mercado (¿pillan este doble
sentido también?). Les dejamos por tanto con una selección de tumbas de
los tres arquitectos más ilustres del siglo pasado (que pese a ser considerados inmortales por muchos, lo cierto es que están pudriéndose bajo tierra como cualquier otro hijo de vecino) esperando les sirvan de inspiración si un día se deciden
a abordar el diseño de su propio monumento funerario. Créanme, antes o después
lo van a necesitar.
Le Corbusier
Todos sabemos que en las
películas tipo Halloween el asesino
nunca muere del todo y siempre ha de quedar abierta la puerta a una posible
secuela, y lo mismo se puede decir de este buen hombre: uno nunca lo puede dar
ya por definitivamente muerto, pues es de los que gustan de resurgir de sus
cenizas y sembrar el terror de nuevo en modo más o menos zombie. En cualquier caso, su tumbita
deja clara constancia del imaginario en el que se movía en sus últimos años:
geometrías metafísicas en materiales toscos, colorines, trazos a mano alzada y
monumentalidad de escala humana. Pese a que puede parecer un sepulcro de
mosquita muerta (¡ese macetero de hormigón!) tiene un indudable regusto
lecorbusiano, aunque no he podido confirmar si el responsable de su dibujo fue
él mismo o de algún impersonator. Insisto en que esta tumba hay que tenerla bien vigilada, porque su
habitante es de los que regresan de entre los muertos en los momentos menos
pensados.
Mies Van Der Rohe
No hay que ser muy conspiranoico
para especular con la posibilidad de que la tumba de este hombre esté en
realidad vacía, pues las huellas de su espectro siguen floreciendo como las
setas en Octubre: levantas una piedra y te aparecen veinte miesianos, pero no
podemos confirmar que levantando esta piedra en concreto se encuentre the one and only. Lo indudable es que el
diseño no puede ser más previsible: pedruscos de aristas afiladas y superficies
tersas plantificados sobre un manto verde, sin más aderezo que el nombre del
divo esculpido en mármol y tipografía de solemnidad nibelunga. Imposible que
hubiese sido de otro modo. Como curiosidad, creo haber encontrado un señor que
se ha marcado unos
recortables que reproducen la lápida en cuestión, para que todos los fans
podáis haceros una réplica personalizada: definitivamente, el que tuvo esa idea
conoce muy bien la psique de los arquitectos.
Frank Lloyd Wright
Tras tanta metafísica europea, un
poco de alegría gringa en el hoyo del bueno de Wright, muy cuca y hasta
divertida: un pedrolo en bruto haciendo las veces de menhir, tipografía art
deco tallada en metal, toques de color, un jardincillo muy anglo y ese precioso perímetro circular de sabor pagano. Según
dicen aquí,
esta tumba está situada en la
Uniy Chapel pero los restos del arquitecto fueron luego retirados
e incinerados junto a los de su esposa, con lo que lo que vemos en las imágenes
no son más que un mausoleo para que los freaks se puedan hacer la foto de rigor y fardar en Facebook.
Los interesados en memorabilia arquitectónica mortuoria pueden husmear en internet en busca de las lápidas de sus personajes favoritos. Advierto que no están todos los que son, y me he quedado con las ganas de conocer dónde yacen los cuerpos de gente como Aldo Rossi, James Stirling, los Eames, Charles Gropius o los Smithson. Supongo que al ser ateos muchos de ellos, habrán renunciado a descansar en un nichito en condiciones, y sus cenizas reposarán en algún jarrón en el desván de sus herederos... ¡espero al menos que sean jarrones de diseño! Que descansen en paz.
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