La nueva fiebre del oro (negro) y la ciudad neoliberal
Cuando el paro entre arquitectos
desbordó la condición de problema
para convertirse en un auténtico cataclismo, la máquina de propaganda del
sistema (tanto la socialdemócrata como la neoliberal) difundía con insistencia
la idea de que aquello sólo supondría una contrariedad para los profesionales
demasiado apegados a su perezosa “zona de confort”,
incapaces de comprender que una crisis es ante todo una oportunidad.
Resiliencia, liderazgo, reinvención, nomadismo y visión holística eran las Palabras Sagradas que servían para convencernos,
en neolengua eufemística, de que la solución a nuestro desempleo pasaba por
tomar el primer avión a algún destino boyante y, como los antiguos pioneros que
hicieron las Américas, resetear nuestras carreras profesionales en algún país
en el que los fajos
de presidentes muertos fluyesen a buen ritmo. A todos nos han persuadido de
ser valientes y hacer lo que tocaba: convertirnos en Marco Polos de la
globalización y compartir nuestros amplios conocimientos técnicos de
certificación europea con países en vías de desarrollo como China, Brasil, Singapur y por
supuesto la zona cero del capital riesgo
global: el golfo Pérsico, la babilonia del principio de este siglo, la meca del
talento internacional, el hotspot por
excelencia de la arquitectura más espectacular y audaz, el único lugar del
planeta donde las griferías son de oro y los
policías patrullan en Lamborghinis.