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jueves, 9 de enero de 2014

Dirty Chic: simulación / okupación

Moda, interiorismo y barbudos en bicicleta 



Lo Auténtico: definición, caracterización y localización

La concepción ideal de “lo auténtico” que circula a través de nuestro imaginario colectivo funda su genealogía, probablemente, en el platonismo, cuya metafísica se reconvertiría en doctrina moral a través de la mística cristiana. La Autenticidad tal y como la entendemos implicaría concordancia plena entre esencia y apariencia en un mismo modo del ser. Según el “mito de la caverna”, el mundo se compone de imágenes superficiales que obtienen su dignidad ontológica de alguna Verdad ideal que las trasciende: la Honestidad es la virtud propia de aquellas entidades cuya superficie es expresión inmediata de una naturaleza más profunda, y de ahí que lo auténtico implique un rango de pureza, de sustancia incorrupta que subyace al orden de los simulacros. Corremos el peligro de que aquello que percibimos no sea en realidad más que una mascarada, una ilusión que deleita a los sentidos traicionando a la razón. De acuerdo con la moral bíblica (reinterpretada inconscientemente por la izquierda contemporánea), determinar la Autenticidad de cualquier fenómeno equivaldría a un ejercicio de excavación, horadar lo sensual mediante el escalpelo de lo intelectual, en una auscultación que rastrea lo presente que subyace a lo aparente. La leyenda de Adán y Eva convirtió dicho modelo ontológico en el dogma que sirve de Constitución fundamental a toda la legislación occidental: la manzana que se nos aparece como manjar es, en su autenticidad profunda, un instrumento de encantamiento, seducción y corrupción. La moral platonista que recorre occidente desde el cristianismo al socialismo considera que la piel es una instancia frívola cuando no se arraiga en el cielo de los conceptos puros y abstractos.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Memoria y Moda


Reflexiones sobre el mito de lo Ancestral Atemporal


La historia como proceso

Empecé a interesarme por el problema de la memoria animado por una necesidad personal de comprender el mundo, y no tanto porque lo considerase culturalmente interesante: como todos vosotros, pertenezco a una generación educada en la tradición de lo nuevo, que ha instituido la creatividad (la novedad) como valor intelectual supremo, tan potente que ha sido capaz de eclipsar cualquier otro horizonte.  El conjunto de nuestra civilización maneja de una manera un tanto condescendiente los asuntos de la memoria, que por un lado se subliman y reubican en el epicentro de las identidades colectivas (todos los discursos nacionalistas cuentan con aparatosas narrativas históricas para legitimarse), y por otro se banalizan al relegarlos a un protectorado, como si “las huellas de la historia” fuesen flores raras y frágiles que convienen ser resguardadas ante el canibalismo de la modernidad que todo lo consume. Efectivamente todo lo histórico está expuesto a la intemperie del ahora, el tiempo real que no admite desacato. He estudiado en la medida de las posibilidades la cuestión del fin de la historia, y el tema abre un acrisolado espectro de consecuencias políticas, estéticas, sociales y existenciales. Paradoja entre muchas es el hecho de que la derecha conservadora haya defendido siempre la costumbre y la memoria históricas como tenedores de la sabiduría de la Tradición, mientras ahora es la izquierda la que utiliza la historia como argumento de resistencia frente al ímpetu omnívoro de la revolución neocon. Cada punto de vista, con sus correspondientes olvidos.
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