martes, 1 de octubre de 2013

Sostenibilismo #1

CASAS PORTÁTILES: LA BARRACA FASHION




Todo paradigma estético-político necesita postular su superioridad moral si quiere garantizar su proliferación. Desde los albores de la arquitectura griega hasta los más enrevesados papers posmodernos pasando por todas las tratadísticas arquitectónicas imperiales que en el mundo han sido, el bloque hegemónico de cada civilización se ha cuidado muy mucho de proveerse de narrativas morales ad-hoc como legitimación de su conveniencia sociopolítica, de tal modo que cada estilo arquitectónico ha proliferado no sólo en virtud a su capacidad de persuasión estética, sino también necesariamente por el discurso epistémico-vivencial lo envolvía. Una tradición tan platónica como la nuestra no puede conformarse con que su arquitectura sea la más bella, sino que ha de ser simultáneamente la más buena. Desde Vitrubio hasta las actas de los Pritzker, se da por sobreentendido que en cada momento hay una arquitectura mala, y una arquitectura buena. Y el tribunal que dicta sentencia al respecto es, ante todo, moral: cuando yo estudiaba, las clases de proyectos no seguían la lógica de de un taller, sino la de un juzgado.

 Eco-proselitismo y evangelización

La retórica del Movimiento Moderno llevó hasta el paroxismo esa postura a la vez demiúrgica y culpabilizadora, al fundar su dogma en la síntesis de forma y función, donde la conveniencia es jueza de la exuberancia. Vacía de argumentos pero todavía traumada por el látigo superyoico de la modernidad, la deontología del arquitecto contemporáneo titubea ante el descubrimiento de que mucha “arquitectura mala” en realidad no lo era tanto, y angustiado por la carencia de un referente plausible de cómo ser la “arquitectura buena”. Aún descabezado y de límites confusos, sigue existiendo un bloque hegemónico que, como siempre en la historia, progresa desdiciéndose a mí mismo e inventando horizontes legendarios capaces de travestir su diáspora en ruta encauzada, buscando que las derivas se vivan como viajes iniciáticos: a día de hoy, la cultura arquitectónica huye avergonzada de la posmodernidad líquida que tan alegremente exprimió hasta anteayer, y busca el consuelo purificador en un curioso retorno a los orígenes éticos de la profesión, el vientre materno que nunca debió abandonar. Para volver a reivindicarse ante los ojos del mundo, el Arquitecto se sirve ahora de una relectura balbuceante del ecologismo, renombrado para la ocasión como “sostenibilidad”: algo que según aseguramos es mucho más profundo que un mero estilo o tendencia consumbible, y hacemos eco-proselitismo con la misma altanería evangelizadora con la que en el siglo XX algunos renegaban el espurio modernismo como simulacro de la Verdadera Modernidad.
La arquitectura afirma gozosa su reencuentro con el Hombre, la Naturaleza y lo Social, con renovados bríos semánticos a la altura de la era digital: ahora hablamos respectivamente de “arquitectura para las personas”, “respetuosa con el medio ambiente” y “autogestionada por cada comunidad”. Bienintencionado en las formas pero increíblemente perezoso en el fondo, este nuevo giro ético post-burbujista no llega a articular ni muchísimo menos un cuerpo cultural sistemático y fiable, pero sí funciona como un aura seductora, un perfume, una atmósfera. Showrooms de moda emergente decorados con muebles obtenidos de la basura, publicistas que van en bicicleta a la oficina, exposiciones itinerantes en contenedores reciclados o jardines verticales construidos con cocacolas vacías apoyadas en pallets son las expresiones más visibles de la nueva vanguardia ideológica del ciudadano-red y su reencontrada estética del compromiso, que como digo presenta candidatura a nuevo bloque hegemónico mediante lo incuestionable de su superioridad moral. La resaca de los barroquismos suele desembocar en catárticas purgas puritanas, y a los años de los starchitects les sucede ahora  la cuarentena de una Nueva Racionalidad. No discuto la conveniencia de dicho tránsito ni la superioridad moral de la sacrosanta Sostenibilidad, pero no me cabe duda de que el programa estructurante capaz de articular este corolario de recetas éticas (gastar poco, ser amigo del vecino, comer sano, reciclar) está por hacer, y no son pocas las paradojas que tienden a hacerlo todo más confuso y torticero.
Por lo pronto, sorprende que lo que a menudo se enuncia con la pompa de una Nueva Era destinada a revertir el desequilibrado orden social-económico-ambiental, esté siendo vampirizado por las fuerzas vivas de la globalización, que propicia un sostenibilismo confuso pero embriagante hecho de objetos que quizás sean sostenibles, pero ante todo lo parecen. Lo cual está muy bien, pero en el fondo implica remar en contra de la exigente dirección propuesta por los ecuménicos de la sostenibilidad: si uno busca en google “viviendas sostenibles” encuentra ya propuestas de lo más variopinto, pero que comparten la intención de capitalizar estéticamente las virtudes morales de sus condiciones de diseño, generando así un universo estético entre lo exótico y lo pintoresco, cuando no decididamente kitsch: desde voluntariosas casas en losárboles a pabellones efímeros hechos de desechos reciclables, de coquetos chalets de estética Joaquín Torres a complicados conjuntos residenciales de geometrías afiladas, de cottages debarro y paja a miradores de estética paramétrica… todas ellas tienen etiqueta verde no sólo por su conformidad con los certificados que lo evalúan, sino también porque su forma (su apariencia, su estética) deja bien clara su compromiso con esa vivificante Nueva Conciencia.

Como signos distintivos de la nueva imagen de marca para el habitat eco-friendly deslumbran caballos ganadores como los containers, la madera rústica, la construcción en seco y el slogan de lo “funcional”, alrededor de los cuales se arremolinan conceptos más o menos afines a la sostenibilidad o que, al menos, parecen armonizar en el mismo repicar de campanas (aunque el trasfondo sea radicalmente otro). Ejemplar de esta conversión de la sostenibilidad en marca comercial son por ejemplo las casas portátiles, tipología muy al alza en las nuevas empresas del sector, y que llegan al mercado perfumadas por el marchamo del “nuevo paradigma”: al ser ligeras y prefabricadas suenan a eficacia e higiene, evocan reminiscencias de intelectuales alemanes viajando por Europa en la rulot, parecen orientadas a amantes de la vida al aire libre, y al mismo tiempo sugieren la ultramodernidad propia del nómada que no echa raíces en ningún lugar. Además suelen ser baratas, en los catálogos se insiste en la reciclabilidad de los materiales utilizados, y los modos de habitar que implican se orientan exclusivamente a micro-familias que quieren estar a la última. El único problema es que, por definición, una casa portátil no puede ser nunca “sostenible”, pues el dispendio energético que acarrea su transporte repetido es incomparablemente mayor que el de una casita sólidamente cimentada y anacrónicamente inmovible. Por no hablar de la aparatosa gestión de residuos y abastecimiento de agua que requieren: media un abismo ecológico entre las antiguas yurtas transportadas a caballo, y estos nuevos chabolos tecnológicos que aspiran a ir de aquí para allá en un trailer.
Estos días han publicado en ABC este proyecto del estudio Abaton cuyo mercado potencial supongo está compuesto por modernos de clase media que quieran instalar en su jardín un pabellón de invitados con aires de modernidad Apple: interiores de estética “cálida” y “funcional”, apariencia ligerita y austeridad que sabe a “respeto al medio ambiente”. Pero como primera vivienda no tiene ni pies ni cabeza, y mucho menos como hogar transportable (pues como he dicho, es infinitamente más cómodo y eficaz mudarse sólo con los muebles y dejar los edificios donde están). Todo lo más, darán pie a la aparición de nuevos campings familiares construidos mediante estas barracas fashion, ideales para veraneantes que no soporten las incomodidades de la tienda de campaña ni quieran afrontar las complicaciones de intendencia que exige el mantenimiento todo el año de una rulot en propiedad. No entro a evaluar su corrección arquitectónica, la gracilidad e ingenio de su esforzado diseño, pero me quedo con el dato de que este tipo de proyectos, nos pongamos como nos pongamos, no tienen nada de sostenibles, y el futurismo que irradian no es más que una broma snob que suaviza viejas ideas de Archigram (que por cierto, se han mostrado muy dañinas con los años). Existen infinitas versiones de estas viviendas trasportables, algunas tan pintureras como esta ECObitat, cuya vistosa exuberancia formal es todo un repertorio retórico de lo que parece sostenible sin serlo realmente.
El sostenibilismo responde a movimientos ideológicos muy profundos que quizás formen parte de ese proceso epistémico descrito por Tiqqun según el cual el afuera ha pasado a dentro: el ciudadano renuncia a hacer de la eco-eficiencia un programa político (via legislación y vía impositiva) y se conforma con el placer narcisista de hacer la guerra por cuenta propia, mediante el espinoso subterfugio del “compromiso individual”. Un discurso ético cuyo núcleo es radicalmente estético: así se ha construido siempre la historia.
En cualquier caso, cierro con esta interesante charla de alguien siempre tan divertido como Robert Somos, en la que reflexiona sobre estos temas con sólidos fundamentos argumentales y encuadrándolo históricamente con su habitual ingenio. Muy provocadoramente, su pensamiento defiende el –ismo frente a la –idad. ¿Sostenibilismo como la auténtica sostenibilidad?

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