martes, 21 de enero de 2014

Anthropocene, o lo no-muerto

Decrecimiento, decadencia, deshumanización.





El proceso de urbanización del mundo ha afianzado a las ciudades como el hábitat hegemónico, y desde que en 2008 la población urbana mundial sobrepasase el 50% de la total (un porcentaje que continúa aumentando), la habitación humana parece irremediablemente encaminada hacia escenarios de gran concentración. Pero mientras las megalópolis crecen exponencialmente en los polos globales de atracción de inversión, el éxodo desde el rural u otras poblaciones en decadencia llenan la superficie del planeta con huellas y sombras de lo que un día fue hábitat humano y ya no lo es. El creciente nomadismo de los asalariados (que se ven obligados a cambiar de residencia en función de los intereses de los grandes agentes de poder mercantil) propicia rápidos y fortuitos despoblamientos de lugares que quedan así condenados a la ruina, y cuya decrepitud pasa desapercibida cuando todos los titulares se afanan en cantar la maravillas de las urbes en expansión. Una de las más macabras prerrogativas del capitalismo es su capacidad para convertir en obsoletos territorios de fuerte arraigo humano, que si no son capaces de converger a los dictámenes del casino global y la economía del ocio quedan marginados de la circulación de capital y por tanto a expensas de su capacidad de supervivencia autónoma, inviable en un marco económico como el actual.

Es probable que, como muchos afirman, el fenómeno urbanístico de mayor calado de la actualidad sea el musculoso crecimiento de las ciudades del sudeste asiático, pero no sólo por las condiciones formales y de producción que adoptan, sino también por la enorme cantidad de hábitats despoblados que generan colateralmente: el auge de Shangai o Hong Kong no sólo se hace sentir en el espacio físico en el se emplazan dichas ciudades, sino también (y muy gravemente) en las zonas rurales que quedan despobladas cuando sus habitantes emigran a la metrópolis en busca de una vida mejor. Un decrecimiento que no sólo afecta a zonas agrarias o industriales, sino también a ciudades que no han sido capaces de mantenerse atractivas o competitivas en el nuevo ruedo planetario y su encarnizada competitividad: todo lo que está sucediendo en las fantasmagóricas periferias de Detroit puede ser un fabuloso campo de trabajo para investigar las consecuencias del despoblamiento, un problema generalizable también a amplias zonas de la Europa pobre.


Más allá de la etiología económico-política, las ciudades menguantes y el rural semiabandonado implican inquietantes paradojas categoriales y ontológicas. El ejemplo más radical de dicho fenómeno es Pripyat, la que fuera la ciudad más próxima a Chernobyl, hoy convertida en un territorio biónico en el que conviven escombros y matorrales, edificios en semiruina y fauna salvaje, huellas de lo que un día fue espacio fuertemente humanizado y ahora es devuelto a la naturaleza (a la vez que reconvertido en tragicómico destino turístico). Ese tipo de espacialidades son paradigmáticas de la versión más lúgubre del Dark Enlightment y el materialismo especulativo, movimientos culturales que dan por hecho que nuestra especie se encuentra ya sumida en un proceso de extinción, dejando para el futuro post-humano infinitas huellas de nuestra civilización extinta. Esa nueva geografía (incluso geología) resultante de la intervención humana que es luego privada de uso, forma parte de lo que en los circuitos anglosajones denominan “anthropocene”, el limbo ontológico resultante de la coalición entre natura y nurtura. El resultado de la acción humana sobre el mundo dista mucho de limitarse a la construcción de un hábitat propio, sino que sus consecuencias se resienten en los dominios de lo atmosférico, lo tectónico, lo térmico, lo geomorfológico, etc.
Pero las zonas despobladas presentan una particularidad que las singulariza en el conjunto general del anthropocene: no se trata de efectos colaterales o emergentes de nuestro intervencionismo sobre la biosfera, sino cadáveres territoriales privados de manutención y tutela, quedando expuestos a los efectos corrosivos y caníbales de la providencia natural, que todo lo devora. Una fábrica en ruinas o una aldea muerta son al mismo tiempo reminiscentes de su esencia antropológica perdida, y latencia de futuros potenciales tras su hipotética inmersión en la naturaleza. Se encuentran en el interludio que media entre una muerte (de su urbanidad) y un renacimiento (como accidente geobiológico).   
Pero el espacio humano no puede clasificarse tan rápidamente entre lo habitado y lo deshabitado: los procesos se prolongan en el tiempo (en ocasiones, hasta durar generaciones) y existen muchas poblaciones que inmersas en una eterna agonía, cuando su abandono se presenta inexorable pero todavía quedan habitantes insuflarles un mínimo de vida. Los territorios en proceso de despoblamiento aún no consumado merecen su propia categoría: no se trata de los no-lugares de Auge, sino de lugares no-muertos: a pesar de su decadencia y decrepitud conservan un mínimo de manutención humana, y sus habitantes se han acostumbrado a habitar rodeados de maleza y ruinas. Los vestigios de arquitecturas desoladas fueron un componente fundamental del ideario estético del pintoresquismo romántico, que veía en ellos la presencia sublime del tiempo como desgarro de la vida: no es casual que fuese en aquella época cuando comenzó a desarrollarse la industria del turismo, que convirtió a las ruinas en uno de sus más fascinantes objetos de ocio (fascinación que se perpetúa hoy en día en los practicantes de Urban Exploration). Sin embargo, reducir estos lugares no-muertos a la condición de excentricidades estéticas quizás no sea la solución más acertada para afrontar el problema del decrecimiento, que tras haberse convertido en asunto mediático por el caso de Detroit, probablemente se propague por el planeta como uno de los grandes desafíos del presente siglo. ¿Es posible encontrar potencias en los espacios no-muertos que permitan optimizar sus singulares potencialidades sociales, económicas y ecológicas? Hasta ahora, lo único que hemos sabido hacer con ellos son películas de zombies, pero cabe la posibilidad que de ellos emerjan formas bastardas e imprevisibles de suburbanismo.
En Galicia deberíamos estudiar con mucha atención los procesos físicos de abandono territorial. La diáspora del rural interior es un hecho dramático en numerosos registros, redundando en un círculo vicioso de desolación territorial análoga a lo que en economía se denomina “deflación” : cuando una población comienza a decrecer su destino es casi inexorablemente la ruina, como atrapada en el polo negativo de una espiral descendente cuyo polo positivo y ascendente son las ciudades que sí crecen… Un proceso simétrico pero quizás letal en ambos casos: el despoblamiento genera cadavéricos territorios no-muertos, pero la hiperdensificación artificialmente inducida suele resultar en burbujas inmobiliarias de resultados cruentos.
En cualquier caso, si los procesos del capital nomádico continúan gestionando la distribución de la habitación humana, quizás estamos abocados a un futuro en el que la población rural o suburbana sea residual: el grueso de la población habitará gigantescas megalópolis  herméticas respecto al territorio que las circunda, y con las que sólo mantendrá relaciones de ocio y servidumbre. O tal vez los no-muertos todavía tengan algo que decir: de su seno afloran extrañas concupiscencias bastardas entre natura y cultura, y aunque muchos tengan ya preparado el Réquiem, laten todavía constantes vitales precarias pero firmes, como anunciando que tal vez no estén dispuestos a dejarse morir. Como la moribunda clase media occidental, que según muchos nació en Detroit.

2 comentarios:

  1. The night is young, the mood is mellow

    And there's music in my ears

    Say, is Vic there ?


    I hear ringing in the air

    So I answer the phone

    A voice comes over clear

    Say, is Vic there ?


    (Departament S- Is Vic There?)

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  2. https://www.google.es/search?q=ape+caesar&client=firefox-a&rls=org.mozilla:es-ES:official&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ei=fpfmUpjxOMmR1AWUuoGoBg&ved=0CAcQ_AUoAQ&biw=1440&bih=739

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